-Tarea de todos-

 … no solamente del papa y los obispos. La misma Palabra de Dios nos habla acerca de este grave problema, que afecta al pueblo de Dios. Basta leer lo que nos dicen a este propósito el profeta Ezequiel (Ez 34), el mismo Jesús (Mt 24, 45-50; Lc 12, 42-48) y el apóstol San Pedro (1Pe 5, 1-4). Por lo tanto, se trata de un aspecto importante de la realidad eclesial, que no tiene nada que ver con el espíritu de obediencia hacia los pastores que tiene que animar a todo fiel discípulo de Cristo.

 

Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

 

Factor de resistencia

Es un hecho que hoy en día los que más se resisten al cambio, son los miembros del clero. En el fondo, son los privilegiados del sistema. Por lo tanto, prefieren dejar las cosas como están, para no arriesgar con perderlo todo en el intento de mejorar las cosas.

El problema es para las masas católicas, que en muchos casos se sienten abandonadas y explotadas por sus mismos pastores, y los laicos comprometidos, que se ven obligados a ser tratados como niños, siempre dispuestos a cambiar de bandera según los gustos de los pastores y a prestar su servicio gratis et amore Dei (gratuitamente y por el amor de Dios), como si también ellos no tuvieran sus preferencias personales y necesidades de orden económico.

Basta un botón como muestra: un pobre catequista hace todo el esfuerzo posible por reunir a la gente y prepararla para los sacramentos, teniendo en cuenta las instrucciones del señor cura, que muchas veces varían de uno a otro. ¿Y qué pasa? Que una vez que todo esté listo, llega el señor cura, en un momento cumple con los ritos correspondientes y se lleva todo. Pues bien, traten de aclarar esto en los encuentros parroquiales y diocesanos y verán que les va a ir como en feria, tachados de lo peor.

Autoritarismo

Estando así las cosas, no es difícil notar cómo, mientras en la sociedad se va afirmando siempre más el sentido de la dignidad de la persona humana, en la Iglesia se sigue con la mentalidad de los siglos pasados, cuando los poderosos hacían todo lo que querían a expensas de los más débiles.

Claro que en los documentos oficiales de la Iglesia se habla claramente de algunos contrapesos, que podrían ayudar a equilibrar la situación, como son los consejos parroquiales, los consejos económicos y los consejos pastorales. El problema está en que, en la mayoría de los casos, son letra muerta, sin que nadie intervenga para volverlos realidad. Es que el sistema eclesial está demasiado deteriorado y no hay mecanismos efectivos para corregirlo.

Imagínense ustedes qué pasaría si un presidente municipal o un gobernador, por su cuenta, decidiera lo que habría que hacer en su entidad y dispusiera a su antojo de los recursos correspondientes, sin rendir cuenta a nadie. Todos protestarían y habría manera de castigar a los infractores. Pues bien, ¿por qué no pasa lo mismo en la Iglesia?

Derechos humanos

Es que, dentro de la Iglesia, hay una costumbre muy arraigada de ver la pelusa en el ojo ajeno, descuidando la viga que está en el propio ojo (Mt 7, 3-5). Si se trata de algo irregular fuera de la Iglesia, pronto sale la denuncia. Al contrario, si se trata de algo chueco al interior de la misma Iglesia, nadie protesta, por miedo a las represalias.

De hecho nunca se habla de derechos humanos al interior de la Iglesia. Se supone que dentro de la Iglesia no haya ningún problema, puesto que todos somos buena gente, especialmente los pastores; lo que evidentemente no corresponde a la realidad. De hecho, también entre nosotros, se dan abusos de todo tipo, sin que nadie haga algo por remediarlos. Y si alguien se atreve a levantar la voz, pronto hay manera de callarlo con el pretexto de promover la rebeldía contra los legítimos pastores o querer formar una secta.

Demanda y oferta

Alguien podría preguntarse: “¿Por qué pasa esto entre nosotros? ¿Por qué, en lugar de cambiar de lugar al cura infractor, no se le castiga debidamente, en espera de que se corrija y esté en grado de ejercer debidamente su ministerio? Por la sencilla razón de que no hay curas suficientes.

La ley de la demanda y la oferta; muchísimas ovejas y pocos pastores. Ni modo: hay que aguantar. “¿Hasta cuándo?” es la pregunta. Según mi opinión, iremos de mal en peor hasta que no se reestructure el ministerio ordenado de manera tal que se pueda garantizar a todo católico una adecuada atención pastoral, regresando a la praxis de la Iglesia primitiva.

Como en una familia

A veces algún cura se queja: “¿Por qué el pueblo tiene que enterarse de asuntos que no le corresponden? Si el p. Amatulli quiere tratar asuntos relacionados con la problemática del clero, ¿por qué no nos reúne a nosotros los curas y nos explica sus puntos de vista?”

¡Como si fuera tan fácil reunir a los curas y comentarles ciertos asuntos relacionados con su ministerio en busca de alguna solución! Por otro lado, ¿no hemos siempre dicho que en la Iglesia todos formamos una sola familia? Por lo tanto, ¿qué hay de malo en comentar abiertamente la problemática relacionada con el clero, puesto que afecta directamente al bien de toda la Iglesia?

Purificar la Iglesia

Es la grande tarea a la cual todos estamos llamados, empezando por los de arriba. O todo se vuelve en palabrería inútil. En realidad, ¿cómo los de arriba pueden hablar de conversión a los de abajo, si en ellos mismos no se notan “signos de conversión”?

De ahí la exigencia de ayudar a los de arriba a reflexionar acerca de su actuación en orden a una verdadera conversión, dejando de fijarse demasiado en sus intereses personales y luchando por cumplir con su papel de pastores.

La formación del seminario

Parece destinada a formar monjes y no a futuros pastores de almas. De ahí las grandes dificultades que surgen al pasar de la formación del seminario al ejercicio del ministerio, de un régimen de total dependencia y protección a un régimen de total libertad en una situación de constantes tentaciones, sin contar con ningún tipo de entrenamiento previo para enfrentarlas.

Así es cuando un sistema ya no funciona y es urgente pensar en algo nuevo. Ojalá que, en la mayor brevedad posible, los responsables de meter mano en el asunto tomen conciencia de la situación y empiecen a ensayar algo diferente con miras a formar verdaderos pastores de almas, bien fogueados en el contacto constante con la gente que un día van a guiar por el camino de la salvación.