Una tradición mexicana

En México hay una tradición que data de muchos siglos atrás, en la que existe la creencia de que los espíritus de los familiares difuntos vienen cada año, el día 2 de noviembre, a visitar a los que aún estamos en este mundo. Culturalmente y de manera general somos muy hospitalarios, así, cuando un familiar querido viene a visitarnos, se le ofrece siempre de comer. La misma manera de pensar se aplica en la tradición de las ofrendas. Les “ofrecemos” algo de alimento a los familiares que han muerto.
Y así podemos ver en muchas partes del país distintos tipos de ofrendas. En una mesa o en algún lugar especial se ponen los alimentos que al difunto le agradaron cuando estaba en vida. Comúnmente se trata de platillos y bebidas típicas de la región. Todo esto siempre pensando que los difuntos vendrán a degustar todo aquello que se les ofrece. En algunas partes se tiene un día especial para cada persona fallecida: Niños, accidentados, adultos, etc.

Historias

A partir de esta creencia, se cuentan ciertas historias al respecto parecidas a esta: “A un señor se le murió su esposa, pero él no cree que su espíritu venga el dos de noviembre, así que no pone ofrenda. Su pequeña hija, que tiene la esperanza de que su mamá sí vendrá, pone una sencilla ofrenda. Depués, el papá, que no creía, por alguna razón especial logra ver a su esposa difunta llevándose las cosas que su hija había puesto en la ofrenda para su mamá”.
Como esta, hay otras historias parecidas, que tratan de cuestionar la incredulidad de mucha gente, haciéndolas ver como personas de poca fe. Estas historias se cuentan especialmente a los niños. Todo esto tiene como fin no perder las tradiciones religiosas y culturales que se tienen alrededor de estas celebraciones.

Pero, ¿vienen o no?

Hay quien afirma radicalmente que no vienen. Que no existe la posibilidad de que una persona que ya ha muerto pueda regresar a la tierra. Y mucho menos a comer…
En la Biblia, Jesús nos cuenta una historia, la de un rico que en vida tuvo todas las comodidades y riquezas y la de un pobre, Lázaro, quien tuvo una vida llena de sufrimientos. En esta historia, Abraham le dice al rico, quien pide ayuda de Lázaro porque se encuentra sufriendo después de muerto:

“…entre ustedes y nosotros hay un abismo tremendo, de tal manera que los que quieran cruzar desde aquí hasta ustedes no puedan hacerlo, y tampoco lo puedan hacer del lado de ustedes al nuestro.” (Lc 16,26)

En efecto, una vez que una persona muere, ya no existe la posibilidad de retorno a esta vida. Este es el argumento principal de quienes afirman que el dos de noviembre es imposible que los difuntos vengan de visita a este mundo. Sabemos que incluso algunos líderes de la Iglesia y presbíteros han declarado –a veces de manera imprudente– que se debe dejar a un lado este tipo de creencias y costumbres, pues coquetean constantemente con el paganismo, creando con esto cierta incomprensión y desconcierto en el pueblo católico.

Por otra parte es cierto que muchas veces este tipo de tradiciones tiene muchos elementos no cristianos. A veces estas costumbres están envueltas de superstición y creencias ajenas a la fe católica. De ahí la necesidad de aclarar algunos temas relacionado con la muerte, la resurrección de los muertos, la vida eterna, el cielo, el infierno, el purgatorio, etc.

El punto clave: La comunión de los santos

Entendamos bien: no se trata de necromancia (comunicación con los espíritus o muertos), sino de la Comunión de los Santos. Leemos la Carta a los Hebreos (cap. 11) que hay una innumerable cantidad de personas que murieron y en vida dieron testimonio de Dios (testigos). Pues bien, esas personas no están lejos de nosotros, sino que nos envuelven, al igual que una nube (Heb 12,1). Son los santos, aquellos que ya se encuentran gozando de la presencia de Dios por su testimonio de fe que dieron mientras vivieron. Sin embargo, ahora no están distantes de nosotros, sino a nuestro alrededor. Por tanto, el fiel difunto que se ha purificado de sus pecados, ahora forma parte de esa “nube de testigos”.
Con su muerte y resurrección Jesús abrió las puertas del cielo a los santos del Antiguo Testamento como Abraham, Isaac, Moisés y los profetas. Ahora lo sigue haciendo con los que se mantienen fieles y mueren en la fidelidad al Creador. Por eso les llamamos FIELES DIFUNTOS.
Ellos, los santos, gozan de un gran privilegio: Son escuchados por Dios, como lo vemos en Ap 6,9-11:

“…Se pusieron a gritar con voz muy fuerte: ‘Santo y justo Señor, ¿hasta cuándo vas a esperar a hacer justicia y tomar venganza por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?’
(…) y se les dijo que esperaran todavía un poco, hasta que se completara el número de sus hermanos y compañeros de servicio, que iban a ser muertos como ellos.”

A las súplicas de los santos hay una respuesta de parte de Dios. Ellos ven las necesidades de la Iglesia peregrina (los que vivimos aquí), nos acompañan, nos envuelven como una nube y oran a Dios por nosotros. Son nuestros intercesores. Sus oraciones tienen efectos sobre la tierra, mediadas por los ángeles:

“Otro ángel vino y se paró delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes: las oraciones de todos los santos que iba a ofrecer en el altar de oro colocado delante del trono. Y la nube de perfumes, con las oraciones de los santos, se elevó de las manos del ángel hasta la presencia de Dios. Después, el ángel tomó su incensario, lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra: hubo tremendos truenos, relámpagos y terremotos.” (Ap 8,3-5)

La oración es la unión de los santos

Es mediante la oración que toda la Iglesia se une en Cristo. Cuando nosotros (iglesia militante o peregrina) oramos a Dios por nuestros difuntos, nos unimos a ellos, (iglesia purgante) en la esperanza de su resurrección y la nuestra, confiando en Dios llegar a la gloria, como ya lo han hecho otros hermanos nuestros (iglesia triunfante). La Iglesia es UNA, porque por medio de la oración formamos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo (Col 1,18).
Así, la Iglesia ha querido celebrar el 1 de noviembre a la Iglesia triunfante: Todos los santos, es decir a aquellos que ya se encuentran en la presencia de Dios. A ellos les pedimos su intercesión por nuestras necesidades. Y el 2 de noviembre la Iglesia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos, aquellos hermanos nuestros que han dejado este mundo, y esperan gozar algún día de la gloria prometida por nuestro Señor. Son dos días especiales en los que, a través de la oración, la Iglesia se une.

Conclusión

Entonces podemos decir con toda certeza que esos días hay una unión especial con nuestros fieles difuntos mediante la oración. Ahora sólo hay que purificar nuestras tradiciones, dándoles el verdadero sentido cristiano a esas celebraciones. Ciertamente si se hace únicamente por costumbre, se quedará sólo en eso. Si nos unimos con nuestros difuntos de manera especial mediante la oración, en esos momentos, estarán con nosotros y nosotros unidos a ellos.
Espero sus comentarios.

Rodolfo Romero Espinoza.
rodo.romero@gmail.com