Todos estamos convencidos de que hay que cambiar muchas cosas. ¿Por qué no empezamos de una vez, tratando cada uno de eliminar alguna arruga del rostro de la Iglesia?

Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

Un modelo eclesial agotado
Nos encontramos en las postrimerías de un modelo eclesial ya agotado. Todo nuestro sistema doctrinal y pastoral se encuentra sobrecargado de elementos propios de épocas pasadas. Nuestra organización ya no responde a las exigencias del mundo actual. Todos nos sentimos nerviosos, pastores y ovejas. Nos sentimos superados por los acontecimientos, amarrados a un mundo que ya no existe, desfasados.
No podemos caminar con agilidad. Nuestros pasos se vuelven pesados. Nos sentimos cansados y fastidiados por la multitud de documentos, que continuamente nos llegan para aclarar tal o cual aspecto doctrinal o pastoral. Añoramos la frescura y la simplicidad evangélica. Y mientras tanto, perdemos gente.

Cómo reaccionar
¿Qué hacer frente a esta situación? ¿Aguantar, pensando que de parte nuestra no podemos hacer nada para cambiar las cosas? ¿Refugiarnos en la oración, dejándolo todo en las manos de Dios y esperando algún signo, que venga de arriba?
¿O aventar la toalla, convencidos de que todo esfuerzo humano es inútil? ¿O pasar al otro bando, que parece contar con mejor herramienta para enfrentar los retos que presenta el mundo actual?

Podemos hacer algo
Nada de todo esto. Todos somos Iglesia. Todos podemos y debemos hacer algo para ir cambiando las cosas, convencidos de que el papa y los obispos no tienen la exclusividad de la intuición ni del carisma. Todos podemos y tenemos que hacer algo para ir eliminando por lo menos alguna arruga, que está desfigurando el rostro de la Iglesia. Sin resentimientos contra nadie. Sin rebeldías fuera de lugar. Sin fanatismos de ningún signo.
Tratando de ver las cosas desde otro punto de vista. Empezando a vislumbrar otra manera de vivir la fe, más actual y más conforme al Evangelio. Con más entusiasmo. Con más radicalidad y autenticidad. En plena ortodoxia. Así, poco a poco, todos juntos, cada uno desde su trinchera, iremos dibujando un nuevo rostro de Iglesia, más juvenil y atractivo, que inspire confianza. ¿Qué les parece?

Espacios abiertos
En realidad, existen muchos espacios abiertos para satisfacer nuestra imaginación creativa y permitirle cimentarse con la realidad. ¿Por qué no aprovecharlos? ¿Por qué no ir construyendo piezas, que algún día puedan ayudar a construir el gran edificio de una Iglesia renovada, con los bríos de la juventud, al estilo de los profetas, los apóstoles, los mártires y tanta otra gente, enamorada de Cristo y apasionada por la humanidad, que tanto lustro han dado al pueblo de Dios a lo largo de tantos siglos?

La historia nos juzgará
A trabajar, entonces, con ganas, abriendo brechas o ensanchando veredas. Podemos y tenemos que dar la gran batalla con valentía, sabiendo que la historia de la Iglesia ni empieza ni termina con nosotros. No nos olvidemos de que hubo otros momentos parecidos al que estamos viviendo nosotros, en que nuestros antepasados tuvieron que enfrentar los mismos retos, con actitudes y resultados muy diferentes.
Ahora bien, ¿cómo queremos ser juzgados nosotros por las generaciones venideras? ¿Cómo los cobardes que se dejaron amedrentar por las circunstancias y quedaron paralizados o como los valientes que supieron dar la gran batalla y revertieron la situación, pasando de una Iglesia estática a una Iglesia dinámica, de una Iglesia en picada a una Iglesia en subida, liberándose de todas las amarras inútiles y despegando el vuelo como en los inicios de su gran aventura?
Nota: Si quiere profundizar este tema, solicite el libro “Un nuevo Rostro de Iglesia”, del P. Amatulli.