¿Qué tipo de relaciones tiene que haber entre el pastor y las ovejas? ¿Qué dice la Palabra de Dios al respecto? Solamente resolviendo este problema, podemos poner las bases de un nuevo modelo de Iglesia, en que la atención pastoral de todos los feligreses sea algo fundamental.
Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap
Puede haber dos tipos de relaciones entre el pastor y las ovejas: el pastor a servicio de las ovejas y las ovejas a servicio del pastor. Se trata de dos situaciones muy diferentes, que dan origen a dos modelos muy diferentes de Iglesia.
Las ovejas a servicio del pastor
Que al pastor no le falte nada. Que se sienta a gusto. Que no se le exija nada. Que no se le juzgue ni se le critique. Él hace lo que puede, hasta donde alcanza. ¿Y lo demás? Déjenlo en las manos de Dios.
Estando así las cosas, más ovejas haya, mejor. Hay más garantía de una mejor atención hacia el pastor. ¿Qué se pierden algunas ovejas? Ni modo. No es culpa del pastor. Es que el pastor no se da abasto para tantas ovejas.
El pastor a servicio de las ovejas
A ver qué hace. Lo importante es que todas las ovejas sean atendidas debidamente, aplicando el consejo de Jetró (Ex 18, 21-22).
Como hace cualquier pastor auténtico. Si no puede atender personalmente a todas las ovejas, busca ayudantes. Más ovejas, más pastores. Lo importante es que ninguna oveja quede sin ser atendida o se pierda.
¿Qué dice la Biblia?
La Biblia nos habla de buenos y malos pastores. El buen pastor es el que apacienta a las ovejas, las conoce una por una y las llama por su nombre, busca a las ovejas perdidas, cura a las heridas, cuida a las enfermas y está dispuesto a dar la vida para defenderlas de los lobos rapaces (Jn 10, 3-4; Lc 15, 4-7; Ez 34).
Los malos pastores, al contrario, se aprovechan de las ovejas hasta donde sea posible y, en el momento del peligro, las abandonan (Jn 10, 12-13; Ez 34).
¿Qué nos está pasando?
Que hay muchas ovejas abandonadas, a merced de los lobos, sin que nadie se percate. En lugar de ver cómo organizarnos para atenderlas a todas una por una, estamos buscando pretextos para convencernos de que, a fin de cuentas, los lobos no son lobos, sino otro tipo de pastores. Algo completamente inaudito e increíble, bíblicamente hablando.
Por lo tanto, según esa manera de pensar, no hay motivo para preocuparse demasiado ante esa realidad, puesto que cada quien está haciendo lo está a su alcance y poco a poco las cosas van a tomar su cauce normal.
En el fondo, se trata de una nueva configuración religiosa, que se está perfilando en los países de tradición católica y que será marcada por el pluralismo religioso mediante el derrumbe del catolicismo. Un proceso histórico ineludible.
Por lo tanto, no nos queda que involucrarnos en dicho proceso, sin resentimientos contra nadie, sin añoranzas por el pasado y sin veleidades triunfalistas para el presente o el futuro. Viendo en todo la mano de Dios.
Reestructurar la pastoral
Pues bien, yo no estoy de acuerdo con esa manera de ver las cosas e invito a todos los católicos de buena voluntad a despertar y hacer todo lo posible para revertir la situación.
En lugar de juzgar las cosas con criterios humanos, aprendamos a verlas a la luz de la Palabra de Dios y nos daremos cuenta de que, si muchos hermanos nuestros se están saliendo de la Iglesia, es por nuestra culpa y no por un proceso histórico ineludible y mucho menos por un plan de Dios.
Es que no queremos enfrentar seriamente el problema de la atención pastoral de nuestro pueblo, por el miedo a perder nuestra seguridad. No queremos poner todas las cartas sobre la mesa y reestructurar un nuevo modelo de Iglesia, en el cual la atención pastoral de todo el pueblo de Dios sea algo primordial, recordando el principio “Salus animarum, suprema lex” (la salvación de las almas, ley suprema).
Y para lograr esto, no basta invitar a los laicos a comprometerse más con la Iglesia, entregando más tiempo y energías al apostolado. Antes que nada, es necesario estar dispuestos a compartir todo con ellos, es decir, responsabilidad, leche y lana, no olvidando el principio, según el cual “El obrero tiene derecho a su salario” (Mt 10, 10). Colaboradores, no achichincles.