Por el P. Emmanuelle Cueto Ramos, fmap

Mi liturgia, mi capricho

¿A qué nos referimos con “innovaciones litúrgicas”? a aquellos abusos, mutilaciones, agregados e incluso parodias contra la Sagrada Liturgia, especialmente cuando se habla de la Santa Eucaristía. Hay que reconocer con profunda tristeza que gran parte de los actuales abusos dentro de la sagrada liturgia, tienen su raíz en una equivocada interpretación de la Reforma Litúrgica emanada del Concilio Vaticano II. No, el Vaticano II no se equivocó, fueron las malas aplicaciones las que provocaron con el tiempo, la desvalorización y banalización del culto a Dios.

Cuando reflexiono con la cabeza fría todos estos abusos dentro de la liturgia, he notado que no en pocas ocasiones cuando me toca dar clases de liturgia en nuestro seminario o en otros lugares, surgen preguntas complicadas tales como: Pero ¿Por qué se permite esto? ¿Por qué los sacerdotes no sólo lo permiten, sino que lo alientan en sus parroquias? ¿Qué hace el Obispo para frenar estos actos reprobables?

O más aún cuando me dicen: ¿Qué acaso en los seminarios no les enseñan cómo celebrar la Eucaristía como la Iglesia lo desea? Pero ¿Qué hago -como laico- cuando veo que mi propio párroco se inventa “plegarias eucarísticas propias”? o bien, Yo como parte del coro: ¿Qué puedo hacer cuando en mi parroquia se nos pide introducir música incluso no-católica en la Santa Eucaristía? En fin, son infinidad de preguntas…

A estas alturas existen dos posturas extremistas que debemos evitar si deseamos ver con objetividad las cosas. Por una parte, quien desea aplicar a raja tabla las “rúbricas” (letras rojitas en los libros litúrgicos) sin conocer el corazón, la razón y el fundamento de porqué están ahí esas letras. Es decir, aplicar una norma sin saber la razón de por qué está ahí esa norma.

Y por otra parte están quienes creen que la liturgia es una especie de masa que se puede amoldar por completo al propio gusto, despreciando con ello las normas que nos da la Iglesia. Todo esto suele ser equivocadamente sustentado con el pseudo-argumento de: “cuestiones pastorales” es decir, que “como es costumbre en el pueblo, esta costumbre se convierte en ley”.

Desconocimiento en los seminarios

Sé que es un terreno peligroso, pero hay que abordarlo con valor y sinceridad de corazón. En un gran número de seminarios existe la ausencia de conocer documentos fundamentales sobre el tema litúrgico, ya sea de parte de los seminaristas como de los formadores. Porque se “asume” que el seminarista los va a leer por su cuenta, cosa que en muy raros casos sucede. Un primero documento que vive en el olvido respeto a este tema, y que es el principal que todo seminarista, religioso (a) y laico comprometido debe leer es la Instrucción General para el uso del Misal Romano. Dicho documento se encuentra en la primera parte del Misal Romano y nos da las normas que orienta todo respecto a la digna y correcta forma de celebrar la Santa Eucaristía.

Un segundo documento que permite corregir los abusos que se puedan dar dentro de la celebración Eucarística es la Instrucción Redemptionis Sacramentum la cual aborda de forma oportuna aquellas iniciativas arbitrarias de querer celebrar la Eucaristía según el capricho personal.

A mi juicio personal este documento casi nadie lo conoce, es más… es poco conocido (debo decirlo con tristeza) en el ambiente clerical, de otra manera no comprendo las razones reales de que muchos hermanos míos en el sacerdocio deseen celebrar como ellos “creen más conveniente” y en consecuencia si celebran “como ellos lo prefieren” demuestran con ello, no sólo una desobediencia pública sino poco amor a la Iglesia.

¿Por qué no se lee la Redemptionis Sacramentum?  San Juan Pablo II nos dejó una hermosa encíclica la Ecclesia de Eucharistia, en ella se aborda de manera más profunda el misterio de la Santa Eucaristía y nos recuerda que la

Sagrada Eucaristía está al centro de la vida de la Iglesia. Si la Santa Eucaristía se encuentra en el centro, en el corazón de nuestra vida como cristianos tendríamos que preguntarnos con sinceridad: ¿Deseamos que ese centro, sea banalizado,  desvirtuado, herido, e incluso ridiculizado? O más bien ¿Digno, correcto interiorizado por medio del conocimiento de lo que se vive? ¡Qué importante que todos nosotros primeramente como sacerdotes, conozcamos estos documentos de nuestra Madre la Iglesia, antes de aplicar nuestros caprichos personales! ¡Qué importante es cansarnos al enseñar al pueblo de Dios la riqueza y profundidad de la sagrada liturgia dejando de tratar al pueblo como “niños que no comprenderán” si les explicamos!

Y como nos recuerda la Redemptionis sacramentum: “Finalmente, los abusos se fundamentan con frecuencia en la ignorancia, ya que casi siempre se rechaza aquello de lo que no se comprende su sentido más profundo y su antigüedad” (n° 9)

Sólo logrando comprender el corazón y la esencia de la liturgia de parte de nosotros como pastores, lograremos contagiar ese amor al pueblo de Dios, porque eso nos motivará a gastar energías en la educación del pueblo de Dios. ¿Nos hemos puesto a pensar en las repercusiones cuando otros nos ven cómo celebramos los misterios de nuestra fe sin hacerlo como la Iglesia nos lo pide? Porque un seminarista que se acostumbra a ver ciertos abusos litúrgicos mimetizará estos errores y cuando llegue a ser sacerdote, copiará la manera de celebrar. Pero si aquel sacerdote no celebraba como la Iglesia lo pide, sino según su capricho personal ¿Podemos esperar que el futuro sacerdote celebre correctamente? He aquí parte de la raíz del problema.

Finalmente hay algo que me preocupa sobremanera. Están surgiendo un sinnúmero de laicos que aprueban, gozan, y más aún alientan las “innovaciones” y abusos en la liturgia. Muchas son las razones de ello, considero algunas:

  1. Poseen una idea equivocada de qué es la liturgia, reduciéndola a lo meramente exterior. La liturgia es también interiorización del misterio de nuestra fe: Cristo.
  2. Conciben la Eucaristía como una “Fiesta”. Cierto, es una fiesta, pero de la fe, no una fiesta como el mundo la entiende. Y por lo tanto lo atractivo y divertido se convierte en norma y como consecuencia no falta el sacerdote que baila, se viste de payaso, usa ornamentos con figuras de héroes de comics, otros mutila partes de la Misa, etc. Y todo esto… para hacer “más atractiva la Misa”.
  3. Caen en el sentimentalismo. La influencia de las sectas protestantes comienza a hacerse sentir en la liturgia cristiana. Y esto provoca que muchos laicos quieran “sentir bonito” en la Misa, porque así sucede en el culto “evangélico” y por desgracia muchos sacerdotes, religiosas, coros y laicos en general les compramos la idea.

No, la Eucaristía ante todo es un sacrificio. Ningún sacerdote es dueño de la Eucaristía y por lo tanto no posee la facultad de alterarla. Porque en el momento en que alteramos sustancialmente la Eucaristía, dejamos de colocar a Cristo que es el centro de nuestra fe y nos anteponemos junto con nuestros caprichos e “innovaciones”.

Nosotros los sacerdotes tenemos una responsabilidad muy grande. Sinceramente temo, de verdad temo… que el día en que llegue a la presencia de Dios, el Señor me pregunte: “Celebraste con amor el Santo Sacrificio como mi amada Iglesia te pidió hacerlo?” “Me amaste lo suficiente en cada Eucaristía que celebraste?”  Es mi deseo terminar con un fragmento de la Redemptionis Sacramentum y de Joseph Ratzinger:

 “[…] los presbíteros presidan «con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación». No vacíen el propio ministerio de su significado profundo, deformando de manera arbitraria la celebración litúrgica, ya sea con cambios, con mutilaciones o con añadidos. En efecto, dice San Ambrosio: «No en sí, […] sino en nosotros es herida la Iglesia. Por lo tanto, tengamos cuidado para que nuestras caídas no hieran la Iglesia” (RS n°31)

 “Ahora podemos decirlo: la finalidad del culto y la meta de la creación son la misma: la divinización, un mundo de libertad y de amor” (Intro. Al espíritu de la liturgia, p.23)

 

Nota: Ojalá que, como sacerdotes, no olvidemos que nunca terminaremos de aprender algo. Sería bueno ser un poco más humildes y dejémonos enseñar sin importar que sea más joven la persona, siempre y cuando lo que nos enseñe, sea lo que la Iglesia manda. ¡Qué tristeza! que una vez ordenados, muchos ya no se actualizan, ni se forman continuamente y rechazan invitaciones como las llamadas “semanas de formación presbiteral” que suelen dar las diócesis.