II PARTE
OBJETIVO:
HACER DISCÍPULOS
Y MISIONEROS DE CRISTO
Con Aparecida, por fin la Iglesia aterriza en lo propio, que consiste en hacer “discípulos y misioneros de Cristo”. Todo lo demás es secundario. En realidad, solamente siendo “discípulos y misioneros de Cristo”, uno puede ser realmente “sal de la tierra” y “luz del mundo” (Mt 5, 13-14).
“Esta Conferencia General tiene como tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida” (Jn 14, 6).
La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará” (Mc 16,15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida “en Él” supone estar profundamente enraizados en Él. (Palabras del Papa Benedicto XVI en la sesión inaugural de la V Conferencia)
El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro”. (DA 146)
“La maduración en el seguimiento de Jesús y la pasión por anunciarlo requieren que la Iglesia particular se renueve constantemente en su vida y ardor misionero. Sólo así puede ser, para todos los bautizados, casa y escuela de comunión, de participación y solidaridad. En su realidad social concreta, el discípulo hace la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo, madura su vocación cristiana, descubre la riqueza y la gracia de ser misionero y anuncia la Palabra con alegría”. (DA 167)
Los mejores esfuerzos de las parroquias en este inicio del tercer milenio deben estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros. (DA 174)
Reconocemos como un fenómeno importante de nuestro tiempo la aparición y difusión de diversas formas de voluntariado misionero que se ocupan de una pluralidad de servicios. (DA 372)
“Esta V Conferencia, recordando el mandato de ir y de hacer discípulos (cf. Mt 28, 20), desea despertar la Iglesia en América Latina y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza! ¡No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que El nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en América Latina! Somos testigos y misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos “areópagos” de la vida pública de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo “ad gentes” nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia”. (DA 548)
REFLEXIÓN
1.- Tú, ¿en qué manera puedes ser “discípulo de Cristo”?
2.- ¿Estás preparado y dispuesto para ser “misionero de Cristo”?
Capítulo 2
A
Mientras por lo que se refiere al discipulado se cuenta con bastante experiencia, especialmente a nivel de asociaciones y movimientos apostólicos, en el asunto de la misión estamos en pañales, puesto que no se cuenta con ningún método concreto. Se habla mucho de misión y se hace poco o nada.
En algún caso hasta se habla de “mega misión” con 20 – 30 mil misioneros. Y se trata de pura demagogia. En el fondo, se trata de estudiantes, por lo general adolescentes, que pasan la Semana Santa en alguna zona rural, repartiendo ropa o alimentos a la gente pobre y entreteniéndola con juegos y cuentitos. La misión como diversión, descanso, turismo o acción social.
Me pregunto: “¿Es ésta la misión? ¿Para eso Jesús envió a los apóstoles por todo el mundo? (Mc 16, 15)”. Es que el concepto de misión se ha diluido demasiado. Todos quieren tener el título de “misioneros” sin hacer nada o casi, limitándose a repartir alguna invitación de casa en casa o haciendo alguna celebración de la Palabra en zonas aisladas o abandonadas.
Ahora bien, si queremos que el Documento de Aparecida tenga sentido y no contribuya a devaluar el concepto de misión, tenemos que dar un paso en adelante significativo. ¿Cómo? Aclarando bien el concepto de misión y misioneros, no tomándolo solamente en un sentido genérico, sino también específico.
En un sentido genérico, todos podemos y tenemos que ser misioneros, dando testimonio de vida cristiana e impulsando a los demás a una vida más acorde a la voluntad de Dios. Pero esto hoy en día no es suficiente. Si queremos hacer frente a los múltiples problemas que se nos presentan como Iglesia, necesitamos contar también con misioneros en sentido estricto, como nos habla San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 12, versículo 28.
Allá se dice claramente que los dones más importantes, que el Espíritu Santo otorga a los creyentes en orden a prestar un servicio a la comunidad, son tres: ser misionero, ser profeta y ser maestro.
* El don de ser misionero consiste en la capacidad que da el Espíritu Santo de anunciar el Evangelio en una forma eficaz a los que están fuera de la comunidad en orden a integrarse a ella mediante la conversión y la aceptación de Cristo como el único Salvados y Señor. En aquel tiempo se trataba de paganos; hoy en día puede tratarse también de bautizados no evangelizados, que viven al margen de la comunidad cristiana.
* El don de ser profeta consiste en la capacidad que da el Espíritu Santo de conocer profundamente la situación, en que se encuentra la comunidad como tal y cada integrante de ella, en orden a su superación, según el caso dando consuelo, amonestando o exhortando (1Cor 14, 3).
* El don de ser maestro consiste en la capacidad que da el Espíritu Santo en orden a proporcionar a los creyentes una enseñanza sistemática del dato revelado, teniendo a Cristo como centro, a imitación de los antiguos maestros de la ley, que tenía a Moisés como punto de referencia.
Evidentemente, como en todos los demás aspectos, no basta el don o carisma; se necesita la colaboración humana mediante el soporte de una vida auténticamente cristiana, el estudio y el entrenamiento. No solamente el don ni solamente el esfuerzo humano. Los dos juntos. En nuestro caso, no solamente la capacidad y el impulso interior que da el Espíritu Santo en orden a la misión, sino también el conocimiento del mensaje que hay que anunciar y el entrenamiento práctico para realizarlo con eficacia, teniendo en cuenta a los destinatarios concretos y las circunstancias concretas.
De otra manera, ¿qué pasa? Lo que ha pasado muchas veces con gente de buena fe, pero sin conocimiento ni experiencia al respecto, es decir, que todo fracasa por no ser realistas y dejarse guiar por el entusiasmo del momento. Se sale a evangelizar y se regresa bien golpeados por los miembros de los grupos proselitistas, al no estar preparados a enfrentar sus cuestionamientos.
Teoría y práctica; vida cristiana, conocimiento y entrenamiento; dando pasos siempre más firmes en orden a conseguir cada vez más seguridad en el ejercicio del propio carisma, sin el peligro a quedar confundidos, desanimados o descalabrados por la reacción de los no creyentes, los indiferentes o los miembros de los grupos proselitistas.
En este aspecto, los apóstoles de la Palabra contamos con una larga experiencia, puesto que desde hace muchos años nos estamos dedicando a impartir cursos bíblicos y cursos de apologética a nivel popular, con enseñanzas, mesas redondas y encuestas mediante visitas domiciliarias.
De esta manera estamos formando a los “misioneros parroquiales”, que poco a poco se van capacitando y entrenando para visitar a los alejados, dándoles mensajes siempre más adecuados a su situación hasta no integrarlos completamente a la comunidad cristiana.
Solamente contando con este tipo de misioneros especializados, es posible hablar de una verdadera misión, con planes precisos y evaluables. De otra manera, corremos el riesgo de quedarnos en puras palabras, sin ninguna incidencia en la realidad, siguiendo en picada mientras la competencia avanza.
Que quede bien claro: no puede haber misión sin contar con verdaderos misioneros, bien preparados y entrenados.
REFLEXIÓN
1.- En tu parroquia, movimiento o asociación ¿hay verdaderos misioneros, preparados y entrenados para anunciar la salvación a gente alejada, no creyente, indiferente o proselitista? Sí No
2.- Si no hay, ¿qué sugieres?