El Concilio de Roma, convocado en el año 382 por el Papa Dámaso I, jugó un papel fundamental en la historia de la Iglesia al abordar la cuestión del canon bíblico, es decir, la lista de libros que se consideran inspirados por Dios y, por lo tanto, autoritativos para la fe y la doctrina cristiana. Aunque este concilio no fue un concilio ecuménico, sus decisiones tuvieron un impacto significativo en la formación del canon de las Sagradas Escrituras, tal como lo conocemos hoy en la tradición católica.

Contexto del Concilio de Roma de 382

En los primeros siglos del cristianismo, no existía una lista definitiva de los libros que conformaban la Biblia. Diferentes comunidades cristianas usaban diversas colecciones de escritos para la liturgia y la enseñanza, lo que generaba cierta confusión sobre cuáles textos debían ser considerados como inspirados por Dios. Esta situación, junto con la proliferación de escritos apócrifos y herejías, hizo urgente la necesidad de clarificar el canon bíblico.

El Papa Dámaso I, consciente de esta situación, convocó el Concilio de Roma en 382. Aunque los detalles del concilio son limitados, sabemos que uno de sus principales objetivos fue definir el canon de las Sagradas Escrituras para toda la Iglesia.

Definición del Canon Bíblico en el Concilio de Roma

En el Concilio de Roma, se promulgó una lista de libros bíblicos que fueron reconocidos como canónicos. Esta lista fue reafirmada posteriormente en el “Decretum Gelasianum” (decreto atribuido al Papa Dámaso, aunque su recopilación final se realizó en el siglo VI). Esta lista incluía:

1. El Antiguo Testamento:

   – 46 libros, de acuerdo con la versión griega de los Setenta (Septuaginta), que era utilizada por la comunidad cristiana de habla griega. Esta lista incluía todos los libros actualmente reconocidos en el canon católico del Antiguo Testamento: el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio), los Libros Históricos (Josué, Jueces, Rut, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester), los Libros Sapienciales (Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico), y los Profetas (Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías).

2. El Nuevo Testamento:

   – 27 libros, los mismos que se reconocen en el canon católico actual: los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas, Juan), los Hechos de los Apóstoles, las Cartas Paulinas (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito, Filemón), la Carta a los Hebreos, las Cartas Católicas (Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan, Judas) y el Apocalipsis de Juan.

Significado e impacto del Canon del Concilio de Roma

La lista establecida en el Concilio de Roma de 382 representó un esfuerzo significativo para proporcionar una guía clara sobre cuáles libros debían ser aceptados como parte del canon de las Sagradas Escrituras en la Iglesia universal. Aunque no fue el único concilio que trató esta cuestión, su influencia fue considerable:

– Claridad y unidad doctrinal:

La definición de un canon claro ayudó a la Iglesia a establecer una base sólida para la enseñanza, la predicación y la doctrina, protegiendo la fe cristiana de textos heréticos o de dudosa inspiración.

– Fundamento para el futuro:

El canon definido en Roma fue confirmado en los concilios posteriores de Hipona (393) y Cartago (397), estableciendo un consenso duradero sobre la lista de los libros sagrados que serían aceptados tanto en Oriente como en Occidente.

– Impacto litúrgico y catequético:

Con un canon definido, la Iglesia pudo desarrollar de manera más efectiva su misión evangelizadora y catequética, asegurando que la enseñanza cristiana se basara en un conjunto auténtico y autorizado de escrituras.

Conclusión

El Concilio de Roma de 382 fue un punto crucial en la formación del canon bíblico. Al definir una lista de libros sagrados, la Iglesia Católica pudo afirmar con mayor claridad la autenticidad de los textos que guiarían la vida de fe de los cristianos a lo largo de los siglos. Esta decisión ayudó a consolidar la unidad de la Iglesia, proteger la ortodoxia doctrinal y promover la difusión del Evangelio. Aunque el canon fue reafirmado en concilios posteriores, el Concilio de Roma sentó un precedente esencial para la comprensión y el uso de las Escrituras en la Iglesia Católica.