Recientemente, la diócesis de Sacramento, en el estado norteamericano de California, ha realizado lo que llama la reformulación y aclaración de las políticas diocesanas sobre los estipendios y donaciones.
En efecto, Mons. Jaime Soto, obispo de Sacramento, ha enviado a todos los sacerdotes y consejos financieros parroquiales un texto breve, pero ampliamente significativo donde trata este importante tema.
Presentamos los puntos más significativos, porque van en la línea sugerido por el P. Amatulli de separar el aspecto económico de la administración de los sacramentos y sacramentales.
El texto que resumimos lo tomamos de “El Heraldo Católico”, órgano informativo conjunto de la Arquidiócesis de San Francisco y de las diócesis de Sacramento y Oakland, en su edición de junio de 2010. La Redacción.
• La salvación es un don, un acto de extravagante generosidad de Dios, que ningún ser humano puede aspirar a merecer o devolver.
• Cualquier práctica que implique que un católico debe pagar los Sacramentos iría en contra de la comprensión de la Iglesia del amor de Dios al pecador, especialmente a los pobres.
• El profeta Isaías resume esto con las siguientes palabras: ¡Todo el que tiene sed, venga al agua! Tú que no tienes dinero, ven, recibe el grano y come; ven, sin pagar y sin costo. ¡Toma vino y leche! (Is 55, 1).
• Los fieles católicos están invitados a presentar ofrendas al altar (Mt 5, 23; Hch 2, 44-46; 1Cor 16, 1-4). Estos gestos expresan nuestra gratitud a Dios y nuestro reconocimiento de que todo viene de él y nuestra contribución a la construcción del Reino.
• La necesaria ayuda material que se da al sacerdote debe proveerse “de una manera que no dé la impresión que están proporcionando los servicios por los cuales deben ser pagados”.
• Las diócesis proporcionan la sacerdote una remuneración suficiente para sostener un estándar de vida razonable, además de proporcionar el alojamiento y la alimentación.
• Los sacerdotes tienen autorización para aceptar las ofertas (= ofrendas) monetarias de la gente cuando se celebra un sacramento, pero debe quedar claro que la oferta se da libremente.
• El donante puede elegir cuanto dar.
• El Sacramento se debe celebrar con gusto, haya o no ofrenda.
• Lo mismo aplica para las bendiciones de casas y automóviles.
• Si el feligrés da una ofrenda, es para la labor parroquial, no para el sacerdote.
• La diócesis de Sacramento prohíbe expresamente que los sacerdotes soliciten, directa e indirectamente, cualquier ofrenda por las bendiciones. Sin embargo, los fieles están en la libertad de ofrecer una ofrenda.
• La palabra estipendio sugiere un intercambio comercial de bienes y servicios; por eso el Código de Derecho Canónico no utiliza el término y opta mejor por la palabra ofrenda, para que no se dé la apariencia del tráfico (=comercio) de la libre gracia de Dios.
• Hay, sin embargo, otro tipo de contribución fija de dinero (“un donativo sugerido”) que se solicita para el uso de las instalaciones de la iglesia cuando hay bautismos, bodas o funerales. Esta donación es para apoyar financieramente en el necesario mantenimiento de los edificios. En este sentido, la donación no es para el sacerdote.
• Pero siempre se debe tener en cuenta que se debe conceder una atención especial a los feligreses que no tienen con qué pagar.
• El principio fundamental es el siguiente: “Nunca se debe negar al feligrés el acceso al Sacramento por motivos de dinero”.
Como puede verse, se trata de una reformulación del aspecto económico, separándolo del culto, y una puesta al día de las políticas sobre estipendios. Ojalá que otros Señores Obispos sigan el ejemplo de Mons. Jaime Soto, obispo de Sacramento. En América Latina la problemática es más urgente.
Alguien podría preguntar: ¿Cuál es el problema de fondo? Al unir culto y economía se cae en un círculo vicioso. El presbítero se concentra en la administración de los sacramentos, dejando a un lado la enseñanza y el pastoreo, y le resulta difícil admitir colaboradores con quienes compartir las entradas. De ahí que se rechace a los diáconos permanentes y demás agentes de pastoral con capacidad y deseo de servir, que tanta falta hacen a la comunidad cristiana.
No nos olvidemos de la advertencia de San Pablo: “El amor al dinero es la raíz de todos los males” (1Tim 6, 10). Separemos la economía de la celebración de los sacramentos y verán cómo las cosas se empezarán a ver de manera diferente, dando a cada uno la posibilidad de desempeñar su servicio para el bien de todos.