Después del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962–1965), la Iglesia tomó el camino del diálogo no solamente con todo tipo de creencias sino también con la cultura profana y una de las estrategias empleadas fue la de enviar a estudiar en las mejores universidades a los clérigos que consideraba más aptos para esa tarea. ¿Y qué pasó? Que por lo general esos amigos, en lugar de mantener la debida distancia de la cultura profana para estar en condiciones en un segundo momento de dialogar con ella, poco a poco se fueron dejando fascinar por su manera de ver las cosas hasta identificarse completamente con sus valores, perdiendo así el “sabor” del Evangelio.
–Es que, para poder estudiar en la universidad – me confesaba uno de ellos–, es necesario entrar en el mismo corazón de la cultura profana y no limitarse a verla desde afuera como algo extraño. Lo que pasa es que, poco a poco, lo que en un principio representaba una necesidad metodológica, con el pasar del tiempo se volvió en una opción de vida, aceptando completamente los valores y criterios del mundo, que muchas veces no coinciden con los valores y los criterios del Evangelio.
Eso explica la aparición en la Iglesia de ideas y prácticas, otrora totalmente inaceptables, por contradecir abiertamente el sentir cristiano. Veamos solamente algunos aspectos, que representan sencillamente la punta del iceberg, representado por una manera de vivir la fe al margen del auténtico sentir cristiano, que se basa esencialmente en la Palabra de Dios y la experiencia de los santos.
–El ecumenismo.
Perfecta la doctrina, como aparece en el documento conciliar “Unitatis redintegratio” (restablecimiento de la unidad). ¿Y qué pasó? Que pronto, en nombre de un mal entendido ecumenismo, se eliminó la apologética de los seminarios y se abandonó a su suerte a las masas católicas, con el pretexto de que “en fin de cuentas todo es lo mismo” (irenismo–espíritu mundano). Y muchos sucumbieron, complicando siempre más el asunto de la división entre los discípulos de Cristo.
–La Teología de la Liberación.
El papa Juan XXIII desde antes del Concilio había empezado a manejar el tema de los pobres, hablando de “la Iglesia de los pobres”, una Iglesia en que no hubiera discriminación en contra de los pobres y en que los pobres se encontraran a gusto, respetados en toda su dignidad. ¿Y qué pasó? Que con la Teología de la Liberación se intentó sistematizar el problema de la pobreza a la luz de la doctrina marxista, la doctrina vigente en aquel momento, y todo se echó a perder, adquiriendo en la Iglesia derecho de ciudadanía la violencia, la manipulación y la represión, al estilo de los gobiernos totalitarios, surgidos de la teoría y la práctica marxistas. En nombre de la liberación, se llegó al absurdo de suprimir la libertad (yo te libero, me perteneces, me tienes que obedecer).
Recuerdo el reclamo que hacían algunos indígenas en un lugar regido por la Teología de la Liberación: “No queremos liberación; queremos libertad”. Actualmente es suficiente ver la situación en que se encuentran los feligreses en aquellos lugares en que los pastores son de la Teología de la Liberación. No hay nada de libertad. Sistema único, al estilo del partido único en los regímenes totalitarios. Nada de Movimientos Apostólicos o Eclesiales; solamente Comunidades Eclesiales de Base, que sean caja de resonancia de la manera de ver las cosas de parte de los de arriba. Asfixia espiritual.
¡Qué bueno que poco a poco muchos pastores están tomando conciencia del abismo en que cayó la fe con la Teología de la Liberación y están haciendo el esfuerzo por liberarse de sus ataduras, abriéndose siempre más al influjo del Espíritu, que es esencialmente libertad!
–Religiosidad Popular.
Nadie niega sus méritos en el pasado. Sin embargo, hoy en día, teniendo en cuenta el contexto plural en que vivimos, la Religiosidad Popular representa un verdadero problema para nosotros católicos, puesto que en muchas ocasiones raya en paganismo puro. De ahí el complejo de inferioridad del pueblo católico ante la arrogancia de los grupos proselitistas, extremadamente críticos hacia la manera de entender y vivir la fe de parte de las masas católicas.
Una pregunta: ¿Acaso no nos dice nada la actitud de los israelitas al ser deportados a Babilonia y tener que vivir en un contexto religioso totalmente diferente? Su preocupación por evitar que el nombre de Dios fuera profanado por los paganos, los llevó a sustituirlo con otro nombre, “Adonay” = el Señor.
Y nosotros, ante el nuevo contexto religioso que se ha ido creando, queremos seguir como si nada, hasta volvernos ridículos a causa de ciertas manifestaciones religiosas que no tienen nada que ver con la fe auténtica (por ejemplo, cierta manera de entender y practicar el culto a las imágenes).
–Miedo a la Palabra de Dios.
En lugar de ayudar al católico a familiarizarse con la Biblia, se prefiere darle migajas, utilizando una que otra cita bíblica según el tema que se está tratando. Pretextos: “No van a entender; se pueden confundir”. La mera verdad: no se quiere que el católico se entere del montón de anomalía que existen entre nosotros, comparando nuestra realidad con el texto sagrado.
Entre nosotros ciertamente no faltan expertos en la Palabra de Dios. El problema está en la manera de acercarse al texto sagrado, viéndolo con los ojos del creyente o del científico. Y lamentablemente por lo general nuestros expertos en la materia no toman la Biblia como fuente de inspiración para la vida de fe del creyente, sino como un libro antiguo, importante bajo el aspecto cultural. Siguiendo en esta línea, se llega al absurdo de impartir cursos bíblicos sin Biblia, utilizando algún folleto y nada más.
–Problemas sociales.
Claro que hay problemas sociales. Siempre hubo y siempre habrá. Todo está en ver cómo solucionarlos, a la luz de la Palabra de Dios o de alguna ideología ajena al sentir cristiano. Y desgraciadamente, tenemos que reconocerlo, también en este aspecto hemos fallado. Nos ha faltado un Gandhi o un Martin Luther King. Prevaleció la sabiduría humana, cediendo a la tentación de responder a la violencia con la violencia.
Conclusión
Como Iglesia nos encontramos en una grande crisis. Es inútil tratar de ignorarlo. Basta fijarse en las estadísticas. Pues bien, ¿queremos salir de ella? Necesitamos regresar con urgencia al texto sagrado. Menos sabiduría humana y más sabiduría divina. O seguiremos en caída libre.