México, D.F., a 30 de abril de 2007.

Muy señores míos:
Permítanme dirigirme a ustedes con todo el respeto que se merecen para compartir algunas inquietudes acerca de la formación, que actualmente se está impartiendo en los seminarios. Tratándose de un asunto de suma importancia para el bien de la Iglesia, creo que todos tenemos el derecho y el deber de dar nuestro aporte concreto con miras a mejorar las cosas.


Dice un refrán: "Cuando el río suena, es que agua lleva". Y vaya que, por lo que se refiere al seminario, el río suena y bastante. Para cualquier asunto relacionado con el comportamiento de los presbíteros, se oye decir: "¿Es esto lo que les enseñaron en el seminario?". En realidad, en la conciencia del pueblo católico existe una profunda convicción acerca del papel trascendental, que juega el seminario en orden a la formación de sus futuros presbíteros y en general en orden a todo el quehacer eclesial.

Estando así las cosas, si queremos poner la Iglesia al día (aggiornamento), no podemos prescindir del seminario. Al contrario, ahí está la clave de todo. Algo que el pueblo católico percibe perfectamente bien y reclama a gritos. Por lo tanto es urgente que todos colaboremos con nuestro granito de arena para que el seminario esté en grado de desempeñar realmente el papel que le corresponde en la Iglesia, formando adecuadamente a los que un día tendrán la misión de guiar al pueblo de Dios por el camino de la salvación.

Para lograr esto, lo primero que hay que hacer, es definir la perspectiva correcta en que hay que formar al futuro presbítero. En realidad, de ahí depende todo lo demás. En concreto, ¿cuál tendría que ser el papel prioritario del presbítero en la Iglesia? ¿El de sacerdote o de pastor? De la respuesta que se dé a esta pregunta, depende todo lo demás.

Pues bien, en la práctica parece que hasta la fecha se haya privilegiado el papel de sacerdote en detrimento del papel de pastor. Fácilmente se puede notar cómo la máxima preocupación del presbítero consiste en realizar actos cultuales, como ejercicio del poder que recibió mediante la ordenación. Además, el mismo lenguaje lo delata. De hecho, se habla de vocaciones sacerdotales, formación sacerdotal, encuentros sacerdotales, etc.

En esta perspectiva, es lógico que lo que más se les exija a los seminaristas es que por el momento se dediquen al estudio, reservando todo lo demás para después, una vez que reciban el "poder" mediante la ordenación sacerdotal. Por lo mismo, se oye decir: "Aunque mi parroquia sea bastante grande, yo la puedo atender muy bien". Atender, ¿en qué sentido? Evidentemente en el sentido cultual, asegurando a los feligreses el bautismo de sus hijos, el matrimonio, la misa de difuntos, la fiesta de quince años, la fiesta patronal y algún otro servicio según las costumbres de cada lugar.

¿Y todo lo demás? La respuesta es muy sencilla: "De por sí, no me corresponde. Si puedo y hasta dónde puedo." De ahí el enorme abandono espiritual en que viven nuestras masas católicas. Si lo propio del sacerdote es asegurar el culto, ¿a quién o a quiénes les toca la formación y guía espiritual del pueblo católico? A la familia, los catequistas, las religiosas, los encargados de las capillas… los laicos en general. ¿Y para la formación de toda esa gente? Hagan lo que puedan. Lo importante es que no se les ocurra pedir ayuda económica a la parroquia ni para su formación ni para el desempeño de su actividad. Todas las entradas están destinadas al culto y el encargado oficial para realizarlo es el sacerdote. Un absurdo a todas luces, que al mismo tiempo representa nuestra triste realidad.

Entonces me pregunto: "¿Tiene que ser éste el papel prioritario del presbítero en la Iglesia: proporcionar los sacramentos a los feligreses?" Evidentemente que no. Entonces, ¿cuál tendría que ser? El de pastor. Ahora bien, si eso es cierto, es necesario cambiar muchas cosas en la formación de los futuros pastores de almas. Se trata de dar una vuelta de 180 grados a todo el sistema formativo, que se está utilizando en los seminarios. Ya no tiene sentido decir: "Ahora tienes que dedicarte al estudio y una vez ordenado vendrá la pastoral". ¿Cuál pastoral, si uno no está entrenado desde un principio?

Si queremos que el futuro pastor de almas esté realmente preparado para desempeñar adecuadamente su papel dentro de la comunidad cristiana, es necesario que, desde el inicio de su formación, empiece a dar sus primeros pasos en el difícil arte de la evangelización, aprendiendo a realizar visitas domiciliarias, preparar a los que van a recibir los sacramentos, impartir cursos de formación a los catequistas, dirigir retiros espirituales y orientar a los distintos grupos, asociaciones o movimientos, presentes en la parroquia. Y todo esto bajo la guía de un maestro del seminario, que ayude a los seminaristas a planear, ejecutar y evaluar cada actividad. En realidad, uno no puede llegar a ser maestro albañil, sin haber sido primero aprendiz al lado de un maestro experimentado.

Solamente contando con esta experiencia, un día el presbítero estará en grado de dirigir a los laicos en su actividad apostólica. Como pasa con un comandante del ejército, que para dirigir a sus soldados en la batalla, primero tiene que contar con un adecuado conocimiento y una suficiente experiencia acerca del uso de las armas y la estrategia militar. No es suficiente que ostente su rango de oficial.

Es tiempo que la pastoral deje de ser la cenicienta en la formación, que se imparte en los seminarios. En lugar de considerar la "excelencia académica" como algo prioritario en la formación de los futuros pastores de almas, antes que nada se tiene que mirar hacia la "excelencia pastoral". Solamente así estaremos poniendo las bases para que mañana podamos contar con verdaderos pastores de almas, realmente preocupados y capacitados para guiar al pueblo de Dios, bien entrenados para dialogar y colaborar con todos, buscar colaboradores y tratarlos como se merecen.

¿Qué es eso de que "no me doy abasto"? ¿Acaso un pastor, al contar con una cantidad demasiado grande de ovejas, abandona a las que no puede cuidar personalmente? ¿No busca ayudantes? "Es que la gente no se quiere comprometer" es el pretexto de siempre. Claro que, si se trata de comprometerse sin recibir nada a cambio, nadie le va a entrar. Ni el perro mueve la cola así nomás. Es tiempo de dejar a un lado los pretextos y enfrentar el problema con seriedad. O seguiremos perdiendo gente al por mayor, sin que nadie se sienta responsable por lo que está pasando. Es tiempo de poner el dedo en la llaga.

Para lograr esto, la formación que se imparte en los seminarios es fundamental. Desde el seminario se tiene que aprender a ver las cosas y enfrentar los problemas con plena sinceridad y honestidad intelectual. Que el estudio de la filosofía cumpla con su cometido de ayuda para descubrir la verdad en todos los aspectos y no sea utilizado como medio para tergiversar las cosas, buscar pretextos y safarse de responsabilidades bien precisas. Por ejemplo, en el caso concreto del proselitismo religioso, ¿qué está pasando? Que, en lugar de preparar a los seminaristas de manera tal que puedan ayudar al pueblo a no dejarse confundir por los grupos proselitistas, se les está enseñando a manipular las cosas, aprovechándose de la buena fe de la gente.

Lo único que en el seminario les enseñaron a repetir, cuando se presenta algún problema es: "No hay que pelear con los que tienen otras creencias". Y con eso los seminaristas se sienten abiertos y ecuménicos, cuando en realidad están dando muestra de flojera y cobardía, al abandonar a su suerte al pueblo católico. Parece que su lema sea: "Sálvese el que pueda". Por esa razón muchos, no contando con ninguna orientación precisa al respecto, sucumben ante la embestida feroz de los grupos proselitistas.

"Es que la apologética ya pasó de moda". Aquí el problema no es saber si la apologética haya pasado de moda o no. El problema es ver cómo dar seguridad al pueblo católico ante los ataques sistemáticos de los grupos proselitistas. "Mejor no hacerles caso", es su estrategia, como si los que tienen otras creencias vivieran en otros planetas. ¿No se dan cuenta de que a veces se trata de la mamá, el hermano o el hijo? ¿Cómo es posible no hacerles caso? Aquí está el sofisma, el engaño, para no hacer nada y sentirse abiertos, ecuménicos y modernos. Mientras el pueblo católico sufre. Y todo esto se les enseña en el seminario. ¡Qué bonita formación se les está dando! Desde un principio, a los futuros pastores de almas se les está enseñando a no preocuparse seriamente por el bien del pueblo católico, inventando cualquier pretexto.

De ahí la enorme inseguridad y el complejo de inferioridad, en que viven actualmente el seminarista y el presbítero, al no estar capacitados para abordar el tema del proselitismo religioso. Todo sirve para no aceptar un diálogo con cualquiera que tenga alguna duda en la fe o haya abandonado la Iglesia. Es que no saben, puesto que en el seminario no se les enseñó nada al respecto. Se les enseñó solamente acerca del ecumenismo, el diálogo interreligioso, el respeto y la tolerancia… cosas muy bonitas, que sin embargo no vienen al caso y sirven solamente para aprobar los exámenes.

Conclusión: como están las cosas, el pueblo católico se siente abandonado por sus pastores, sin ninguna orientación ante el acoso constante de los grupos proselitistas. Es urgente, por lo tanto, cambiar de rumbo. Si no les gusta la palabra "apologética", busquen otra más moderna y atractiva, como por ejemplo, "información religiosa". Lo importante es que el católico esté enterado acerca de su identidad como miembro de la Iglesia que fundó Cristo y conozca la respuesta a las objeciones, que le vienen de los grupos proselitistas.

Naturalmente, para lograr esto, es indispensable un buen manejo de la Palabra de Dios. Otro aspecto sobre el cual la formación del seminario deja mucho que desear, puesto que el estudio de la Biblia está reservado a los años de teología. Y mientras tanto el seminarista se alimenta de migajas, dando un mal testimonio, cuando se encuentra con gente acostumbrada a manejar la Biblia para todo.

Que de una vez desaparezca la imagen del seminarista sin experiencia pastoral, sin conocimiento de la Biblia y sin preparación para orientar oportunamente al pueblo católico en los asuntos relacionados con el proselitismo religioso. Que desde los primeros pasos en el seminario se vaya empapando de la Palabra de Dios y vaya haciendo sus pininos en la pastoral, sin excluir el fortalecimiento de la fe ante el acoso de los grupos proselitistas.

Actuando de esta manera, si algún día el seminarista descubre que no tiene vocación y regresa a su casa, de todos modos lo que aprendió allí le será de mucha utilidad para una vida realmente cristiana, dando testimonio de su fe y ayudando a crecer a los demás.

Naturalmente la situación de los seminarios no es igual en todas partes. Hay lugares en que ya se está trabajando en esta línea. En este caso, ¿por qué no compartir las propias experiencias con los responsables de otros seminarios? Si hoy en día se habla tanto de diálogo, ¿por qué no dar pasos concretos en esta línea, acostumbrándonos a expresar con claridad nuestra manera de ver las cosas, aunque a veces esto pueda acarrear algún problema? Si somos miembros del mismo Cuerpo, que es la Iglesia (1Cor 12), es nuestra obligación no quedar callados, cuando vemos que andan mal ciertas cosas dentro de la Iglesia. Si nos damos cuenta de que se puede hacer algo para cambiarlas, ¿por qué quedarnos con los brazos cruzados?

Que el amor hacia Cristo y su Iglesia nos impulse a todos a luchar juntos para que el plan de salvación no quede frustrado. Que el continente de la esperanza, por nuestra desidia, no vaya a volverse en el continente de la pesadilla.

 

Con todo respeto y afecto fraternal

 

Su devmo. en Cristo:

 

 

 

 

 

 

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

 

 

 

P.S. Le agradezco cualquier comentario al respecto.