Por el Pbro. Emmanuelle Cueto Ramos, fmap
Querido hermano mío en el sacerdocio. Soy sacerdote al igual que tú y deseo escribirte estas líneas con el fin de compartirte algo que ya sabes: ¡Qué bendición ser sacerdote! Estoy completamente seguro que recuerdas ese día de tu ordenación, el momento en que fuiste llamado con la siguiente frase: “Preséntese el que va a ser ordenado presbítero…” el corazón da un vuelco… sabes que subirás de entre el pueblo para bajar ahora como sacerdote. Y sí, los inicios siempre suelen ser emocionantes, llenos de energía y con ganas de conquistar el mundo para el Señor. Y con el tiempo te das cuenta de que las cosas no son tan fáciles, la gente no te acepta del todo, ni respeta a los sacerdotes como antes. Comienzas a pasar crisis, porque en el seminario (no en todos) no aprendiste quizás a vivir completamente solo. Y en muchos de los casos te pega la soledad y con ello… las fuertes tentaciones…
La gente en su mayoría –no todos obvio- no conoce del todo tu vida, porque no puedes ir por la vida contándole a todo mundo tus problemas. Al contrario, acuden a ti para desahogarse, llorar, ser escuchados y sí… así es al principio. Pero pasan los años y aquello que pensabas -durante tu etapa del seminario- de muchos sacerdotes que veías que eran: amargados, flojos, deshonestos, y que daban mal testimonio… comienza a asecharte. No me dejarás mentir. Solíamos decir de seminaristas: “Cuando yo sea sacerdote no seré como el padre tal…” “yo sí estaré para la gente” “Yo sí dedicaré tiempo a confesar” “Yo sí celebraré la Eucaristía siempre con amor y no a la carrera” y las prisas comienzan a asecharte…. El cansancio a veces te gana…
Vivimos en un cambio de época en que lo sagrado ya no dice nada a estas generaciones. Y más de alguna vez escuchas a tus propios feligreses que se quejan de que en “muchas parroquias la Misa es aburrida” el número de personas baja en la Misa dominical y ya nadie quiere ser catequista por miedo a la responsabilidad. Y con ello, lo más sagrado que el Señor nos pudo haber dejado… suele dejar de serlo también para nosotros los sacerdotes: La Santa Eucaristía.
¿Te ha pasado que a veces toca celebrar, 3, 4, 5 o más Misas al día? ¡Por supuesto! Y esto causa que te canses ¡lo sé! Y aquello que celebrabas con amor y devoción cuando estabas en tus inicios del ministerio sacerdotal comienza a hacerse monótono… triste ¿pero acaso no es verdad? Sí… sí… lo sé. Te preguntarás ¿quién es éste? ¿Qué se cree? Al preguntar por mí quizás digas: ¡Vaya, pero si no es más que un joven sacerdote! Y sí, lo soy. Y no puedo decir: “de esta agua no he de beber” pero mi querido hermano en el sacerdocio, quiero que lo veas como yo lo veo en este momento: Si ahora renuevas tu amor por lo más sagrado ¿No crees que el buen Dios renueve tu amor por Él? ¡Por supuesto que sí! ¡Yo creo que sí!
Estoy convencido plenamente de que la firmeza y fortaleza del ministerio de un sacerdote se mide en una sola cosa: Su amor por la Eucaristía. El amor que tenga cada vez que celebre el Santo Sacrifico. ¿Por qué? Porque cuando nosotros los sacerdotes dejamos de celebrar con amor cada Eucaristía, nuestro ministerio pende de un hilo muy frágil, ya que nuestra voluntad que debería ver en la Eucaristía el amor en su máxima expresión, comienza a voltear a ver a «otros amores» poniendo en peligro el propio ministerio. Cuanto más amemos la Eucaristía y la celebremos en gracia y con amor, nuestro ministerio estará protegido por aquél que hacemos que se haga presente en cada Santo Sacrificio que celebramos.
¿Te soy sincero sin afán de presunción? No en pocas ocasiones me encuentro conmovido y con lágrimas en los ojos con algunos prefacios o plegarias Eucarísticas cuando celebro la Misa. ¿Recuerdas esa hermosa plegaria IV del Misal cuando dice:
Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca.[…]
Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo
Sólo de recordarlo me conmueve me emociona, me hace sentirme amado ¿Tú no? ¿Por qué digo que del amor que tengamos cada vez que celebremos la Eucaristía dependen nuestro ministerio? Porque es y debería ser siempre, nuestro único amor en este mundo. Porque cada vez que tú y yo celebramos el Santo Sacrificio Eucarístico como la Iglesia nos lo manda –sin mutilaciones o añadidos- hacemos lo que nadie más puede hacer: Lograr que el Cielo… se haga presente entre nosotros. Lo sabes, no es simbólico… ¡Es real! ¡Es real mi querido padre! Si en verdad lográramos comprender un mínimo de lo que sucede cuando tú y yo decimos: “Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu santifique esta ofrendas…” Pero con tristeza muchos de nosotros lo olvidamos. Lo sabemos, pero las prisas, las múltiples preocupaciones hacen que se nos olviden. Más aún, a veces olvidamos que vivir en pecado mortal hace que dejemos de amarlo en la Eucaristía.
No lo olvides mi querido hermano en el sacerdocio: Ama la Eucaristía, pero ámala con tal fuerza que al final de tu vida y mi vida: el buen Jesús al recibirte, lo primero que te diga sea: ¡Buen trabajo! Y tú tengas que preguntarle: ¿Por qué Señor? Y él te responda: “Porque por ti, mucha gente me amó, mucha gente me conoció. Porque celebrabas para mi pueblo mi vida entera en cada Misa: con un amor sincero y desinteresado .
Lo sé… lo sé. Puede que sea la emoción de mis inicios del ministerio sacerdotal. Y le pido al buen Dios que renueve continuamente esa gracia que yo le pedí el día de mi ordenación sacerdotal: “Oh Dios, concédeme la gracia de celebrar cada Eucaristía con mucho amor, no obstante, el cansancio que tenga”
Quiero finalizar esta carta pidiéndote que reces por mí, que yo, en cada Eucaristía la ofreceré por ti; por todos los sacerdotes. ¿Te imaginas la fuerza de la oración cuando nos unimos en cada Eucaristía que celebramos? ¡Somos los únicos que podemos hacer que el cielo… baje a la tierra! Te aseguro una cosa mi querido Padre: Celébrale la Eucaristía al Pueblo de Dios como la Iglesia te lo pide a ti y a mí: con respeto, con amor, con paciencia y piedad. Y verás que no sólo la vida de muchas almas cambiarás… serás tú…el primero que cambiarás.
Que por intercesión de San Pio de Pietrelcina y San Juan María Vianey, seamos santos un día.
Con cariño y amor.
Pbro. Emmanuelle Cueto Ramos, fmap