Cada año, la Cuaresma nos invita a un viaje de conversión, y el ayuno es una de sus prácticas más emblemáticas. Para algunos, puede parecer una costumbre anticuada o incluso innecesaria en tiempos modernos, pero la Iglesia nos recuerda que el ayuno tiene un propósito profundo: no es solo una renuncia, sino un camino de libertad.

¿Por qué ayunamos en Cuaresma?

El ayuno tiene raíces bíblicas y espirituales muy sólidas. Jesús mismo ayunó durante cuarenta días en el desierto (Mt 4,2) antes de iniciar su ministerio público. Su ejemplo nos enseña que el ayuno no es un fin en sí mismo, sino una forma de fortalecer el espíritu, dominar las pasiones y crecer en comunión con Dios.

La Iglesia nos pide ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, además de vivir la abstinencia de carne todos los viernes de Cuaresma. Pero más allá de la norma, el ayuno es una herramienta de conversión. Nos ayuda a despegarnos de lo superfluo para recordar lo esencial: Dios es nuestro verdadero alimento.

Un ayuno que va más allá de la comida

La práctica del ayuno no se limita a la comida. Como dijo el Papa Francisco: “Ayuna de palabras hirientes y transmite palabras bondadosas. Ayuna de enojos y llénate de paciencia”. En Cuaresma, podemos ayunar de distracciones digitales, del chisme, del consumismo innecesario o de cualquier hábito que nos aleje de Dios y del prójimo.

San Juan Crisóstomo lo decía de forma contundente: “El valor del ayuno no está en la simple abstinencia de comida, sino en alejarse de los pecados”. De nada sirve dejar de comer si seguimos alimentando el rencor o la indiferencia.

El ayuno como ofrenda de amor

El verdadero sentido del ayuno es el amor. Lo que sacrificamos no es para nuestro propio mérito, sino para ofrecérselo a Dios y ayudar a los demás. En Isaías 58,6-7, Dios nos recuerda que el ayuno que le agrada es liberar al oprimido y compartir con el necesitado. Por eso, la Iglesia nos anima a que el ayuno vaya acompañado de la limosna y la oración.

Un llamado a redescubrir el ayuno

En un mundo que nos empuja al consumo y a la inmediatez, el ayuno nos enseña a decir “no” a lo que nos esclaviza y “sí” a lo que nos da vida. No es una imposición, sino una oportunidad para reordenar nuestro corazón y dejar más espacio para Dios.

Esta Cuaresma, vivamos el ayuno con alegría. No como una carga, sino como un acto de fe y de amor. Porque cuando aprendemos a renunciar a lo pasajero, nos abrimos a lo eterno.