El Concilio de Cartago, celebrado en el año 397, es uno de los eventos más significativos en la historia de la Iglesia respecto a la definición del canon bíblico. Fue en este concilio donde se determinó oficialmente la lista de los libros que se considerarían como Sagrada Escritura en la Iglesia Occidental. Esta decisión ha tenido un impacto duradero en la vida de la Iglesia, estableciendo un fundamento claro para la fe cristiana y el uso de la Biblia en la liturgia y en la enseñanza.
Contexto histórico del Concilio de Cartago
El Concilio de Cartago fue parte de una serie de sínodos regionales que se llevaron a cabo en el norte de África durante los siglos IV y V, en una época de consolidación doctrinal para la Iglesia. En estos siglos, la Iglesia se enfrentaba a varias controversias doctrinales, incluyendo debates sobre la naturaleza de Cristo, la Trinidad y la interpretación de las Escrituras.
Uno de los principales desafíos en esta época era la falta de consenso sobre qué libros debían ser considerados como inspirados y canónicos. Aunque los cristianos habían usado diversas colecciones de textos desde el siglo I, no existía una lista oficial universalmente reconocida de libros canónicos. En particular, algunas comunidades aceptaban ciertos libros, mientras que otras los rechazaban o utilizaban diferentes escrituras. Ante esta situación, los líderes de la Iglesia vieron la necesidad de establecer un canon definitivo de la Sagrada Escritura que fuera reconocido y usado en todas partes.
El Canon Bíblico en el Concilio de Cartago
El Concilio de Cartago de 397, bajo la presidencia de San Aurelio, obispo de Cartago, fue clave para la definición del canon bíblico en la Iglesia Occidental. En este concilio, se acordó y se promulgó una lista de libros canónicos que incluía tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento. Esta lista quedó establecida de la siguiente manera:
1. Antiguo Testamento:
– Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio
– Libros Históricos: Josué, Jueces, Rut, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester
– Libros Sapienciales: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico
– Libros Proféticos: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, los Doce Profetas Menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías)
– Otros: 1 y 2 Macabeos
2. Nuevo Testamento:
– Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas, Juan
– Hechos de los Apóstoles
– Cartas Paulinas: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito, Filemón
– Cartas Católicas: Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan, Judas
– Apocalipsis de Juan
Esta lista coincidió en gran medida con el canon que había sido propuesto por San Atanasio de Alejandría en su Carta Festal del año 367 y que luego sería reafirmado por otros concilios, como el de Hipona en 393 y, posteriormente, de nuevo en otro concilio de Cartago en 419.
Relación del Concilio de Cartago con la Biblia y el Canon Bíblico:
1. Establecimiento de la Autoridad Canónica:
El Concilio de Cartago de 397 es conocido principalmente por haber definido de manera oficial el canon de las Escrituras. Al hacerlo, proporcionó un criterio unificado para la selección de los libros que serían considerados inspirados por el Espíritu Santo y, por tanto, adecuados para ser leídos en la liturgia, la enseñanza y la predicación de la Iglesia.
2. Reafirmación de la Tradición Apostólica:
La decisión del Concilio se basó en la Tradición Apostólica, ya que los libros seleccionados eran aquellos que habían sido utilizados consistentemente por las comunidades cristianas desde los tiempos de los Apóstoles. Además, se tuvo en cuenta la enseñanza apostólica transmitida a través de los primeros Padres de la Iglesia.
De esta forma, el canon no se determinó arbitrariamente, sino que fue el resultado de un proceso de discernimiento guiado por el Espíritu Santo y basado en el uso litúrgico y doctrinal de los textos.
3. Inclusión de los Libros Deuterocanónicos:
Una de las decisiones más notables del Concilio de Cartago fue la inclusión de los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento (como Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, y los dos libros de los Macabeos). Estos libros eran considerados canónicos en la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento ampliamente usada por los primeros cristianos, pero no eran parte del canon hebreo. Los reformadores protestantes más tarde cuestionarían la inclusión de estos libros, denominándolos «apócrifos». Sin embargo, para la Iglesia Católica, estos textos siempre han sido considerados como inspirados y, por tanto, parte integral de la Sagrada Escritura.
4. La Autoridad de la Iglesia en la Definición del Canon:
El Concilio de Cartago subrayó el papel de la Iglesia como la autoridad depositaria de la Palabra de Dios. Al definir el canon, la Iglesia se presentó como la «custodia» de la Sagrada Escritura, encargada de preservar la integridad del mensaje revelado. Esta autoridad fue reconocida como un don del Espíritu Santo que guía a la Iglesia en la comprensión y proclamación de la Revelación divina.
Impacto y relevancia del Concilio de Cartago:
El canon definido en el Concilio de Cartago de 397 se convirtió en la base para la Biblia utilizada por la Iglesia Católica en todo el mundo. Este canon fue reafirmado en varios concilios locales y, finalmente, en el Concilio de Trento (1545-1563), que fue la respuesta oficial de la Iglesia Católica a la Reforma Protestante. El Concilio de Trento ratificó la lista de libros establecida en Cartago y declaró de manera dogmática que los libros incluidos en ella eran todos igualmente inspirados por Dios y canónicos.
Conclusión
El Concilio de Cartago de 397 desempeñó un papel fundamental en la formación del canon bíblico tal como lo conocemos hoy en la Iglesia Católica. Su decisión de incluir tanto los libros protocanónicos como los deuterocanónicos en el canon de la Sagrada Escritura ha sido esencial para mantener la integridad de la fe católica y garantizar que la Palabra de Dios sea proclamada en su totalidad. Al basarse en la Tradición Apostólica y la guía del Espíritu Santo, la Iglesia Católica reafirmó su papel como la intérprete auténtica y guardiana de la Revelación divina, asegurando que los fieles reciban la Palabra de Dios en toda su riqueza y plenitud.