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HECHOS DE LA VIDA REAL

EL CURA QUE CURÓ

DE ESPANTO A SU HERMANA

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

Después de treinta años como misionero en África, el P. Natalio regresa a su tierra para acompañar a su hermana, que se ha quedado sola con la muerte de sus papás. Algo que le llama la atención al P. Natalio en el comportamiento de su hermana, es su falta de diálogo, algo realmente sorprendente por contar con un temperamento de por sí alegre y extrovertido. Lo atribuye al paso de los años y la muerte de sus papás.

Los dos viven en un pequeño departamento, limitando sus relaciones a lo estrictamente necesario: la toma de los alimentos y alguna charla de sobremesa, sin ninguna trascendencia. Cada uno vive en su mundo. Al P. Natalio, sacerdote y misionero muy entregado a la causa de la evangelización, le parece muy difícil que su hermana pueda entender en profundidad los contenidos de la fe católica. Por eso opta por dejarla en sus prácticas devocionales, aprendidas de sus papás.

Hasta que un día se entera de que su hermana es una ferviente testigo de Jehová y se pasa la mayor parte de su tiempo estudiando su literatura, frecuentando el Salón del Reino y haciendo obra de proselitismo de casa en casa. Casi le da un infarto. Entra en su cuarto y lo encuentra repleto de libros y revistas de la organización. Le pregunta el porqué de una decisión tan descabellada, traicionando la fe de sus padres, y la hermana le contesta con un montón de citas bíblicas.

El P. Natalio se siente perdido. No sabe qué hacer. Se da cuenta de que todo lo que estudió en el seminario no le sirve para enfrentar este problema. Decide regresar a los libros. Investiga por todo lado. Busca en el Internet y por fin encuentra la respuesta. Ahora es la hermana que trata de huir. Llegan los ancianos, llegan los superintendentes. Nadie puede rebatir los argumentos del P. Natalio.

Al descubrir el engaño, la hermana vuelve al redil. Ya no le tiene miedo al Armagedón, la batalla final entre los buenos (los testigos de Jehová) y los malos (todos los demás) y la alegría reaparece en su rostro. El P. Natalio la curó de espanto.