Casi al final del Prólogo al primer volumen de su Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, escribió lo siguiente: “Pido sólo […] esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible”. La benevolencia inicial, el anticipo de simpatía, son necesarios para que se llegue a la comprensión mutua. Benedicto XVI vivió momentos difíciles en la Iglesia. Algunos gestos suyos y palabras que escribió y pronunció fueron malinterpretadas y atacadas acaloradamente, sin ese espíritu de benevolencia inicial, que es tan necesario para una comprensión auténtica de nuestros interlocutores.

También le sucede a menudo al Papa Francisco. Hay expresiones y gestos suyos que son atacados sin misericordia por numerosos detractores, pues se acercan a ellos sin esa benevolencia inicial y sin ese anticipo de simpatía que nos pidió el Papa Benedicto XVI. El Papa Francisco, en Amoris laetitia (n. 7) nos invita a no hacer una “lectura general apresurada” de sus palabras, que podemos extender también a sus gestos concretos. No debemos acercarnos al Santo Padre con sospecha, sino con ese anticipo de simpatía que hace posible la comprensión mutua.

San Pedro, el primer Papa, el primer Vicario de Cristo, vivió en su momento una incomprensión cuando bautizó a Cornelio y su familia (Hch 10 y 11). Sin embargo, después de increparlo, los discípulos se dieron la oportunidad de escuchar a San Pedro, como puede verse especialmente en Hechos de los Apóstoles, capítulo 11. Así concluye este relato, que es paradigmático para nosotros:

Cuando oyeron esto se tranquilizaron y alabaron a Dios diciendo: «También a los que no son judíos les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida.» (Hch 11, 18).

El Papa Francisco no es el enemigo. Es el Sucesor de Pedro, es el Vicario de Cristo en la Tierra, es quien ahora tiene las llaves del Reino de los Cielos, es la Roca firme sobre la que el Señor edifica hoy en día su Iglesia. No nos dejemos llevar por tantas voces discordantes que a cualquier expresión del Papa le dan el peor sentido posible, como la expresión del Santo Padre, invitándonos a “hacer lío”. Esto sucede cuanto hay este espíritu de discordia y de contradicción, cuando falta la benevolencia inicial, la simpatía necesaria para leer y escuchar al Papa que el Señor ha suscitado en su Iglesia.

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Un documento programático

Amoris laetitia es un documento programático del pontificado del Papa Francisco en lo que se refiere a la tarea evangelizadora de la Iglesia, que debemos leer atentamente, no de manera apresurada, sino con una lectura orante y pidiendo al Señor la gracia de la conversión pastoral, a nivel personal e institucional.

Ya desde las primeras páginas de Amoris laetitia el Santo Padre va tejiendo su propuesta pastoral, que no es otra que la actitud de Nuestro Señor Jesucristo en los Evangelios. Démonos la oportunidad de leer atentamente (o de releer pausadamente) este documento fundamental para el presente y el futuro de la Iglesia.

El Santo Padre tiene la convicción de que el “anuncio cristiano […] es verdaderamente una buena noticia” y como tal, fuente de alegría, de un gozo auténtico; por eso, en sus documentos y alocuciones, utiliza abundantemente esas expresiones, con una especial sintonía con el profeta Sofonías y el Evangelio según San Lucas. «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).

El Padre Amatulli soñó con una serie de sínodos a distintos niveles en la vida de la Iglesia, donde se pusiera “toda la carne sobre el asador”. Es también la propuesta del Papa Francisco. El P. Amatulli se alegró mucho con este Pontificado.

Ampliar nuestra mirada y reavivar nuestra conciencia

El camino sinodal permitió poner sobre la mesa la situación de las familias en el mundo actual, ampliar nuestra mirada y reavivar nuestra conciencia sobre la importancia del matrimonio y la familia. Al mismo tiempo, la complejidad de los temas planteados nos mostró la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales. La reflexión de los pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa, nos ayudará a encontrar mayor claridad. Los debates que se dan en los medios de comunicación o en publicaciones, y aun entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas (Amoris laetitia, 2).

Esta es la metodología que nos propone el Santo Padre: poner sobre la mesa las situaciones dramáticas y complejas que viven las personas, las familias y las instituciones, con el propósito de ampliar nuestra mirada, de remar mar adentro, Duc in altum, como tanto nos insistió San Juan Pablo II. Vivimos en un mundo muy complejo y con tantas realidades existenciales difíciles. No podemos encerrarnos en las sacristías y las paredes de nuestros templos, lejos de la humanidad expoliada y herida a la vera del camino; debemos ser una Iglesia en salida, una Iglesia samaritana, que toque las llagas de las personas con el bálsamo del Evangelio. Una Iglesia que no se acerque a las personas con las normas y mandamientos de la Iglesia, como si fueran piedras que debamos arrojar a las personas en todo momento.

La propuesta del Papa implica profundizar con la máxima libertad las más diversas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales. Reflexionar con la máxima libertad, pero esta reflexión debe tener estas características: fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa. Si se cumplen estas notas distintivas podremos encontrar una mayor claridad, como bien señala el Santo Padre.

El Papa Francisco nos invita a no caer en dos extremos igualmente peligrosos: Los debates que se dan en los medios de comunicación o en publicaciones, y aun entre ministros de la Iglesia, van desde un deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación, a la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas.

Primer extremo: el deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o fundamentación.

Segundo extremo: la actitud de pretender resolver todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas de algunas reflexiones teológicas.

Signos de misericordia y cercanía

En estos debates y en las reuniones eclesiales es necesario presentar las legítimas preocupaciones y las preguntas honestas y sinceras que nos suscita la compleja realidad eclesial y social. Es lo que se hizo en el Sínodo: escuchar todas las voces, todas las inquietudes y las más diversas propuestas, con el propósito de escucharse mutuamente, de compartir las propias experiencias. Y a todas estas inquietudes el Santo Padre añade también lo que él mismo ha interiorizado, preocupaciones que brotan de su propia mirada, para orientar la reflexión, el diálogo y la praxis pastoral. Es también un mensaje de esperanza que busca ofrecer aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades.

El Santo Padre procura alentarnos a todos para que seamos signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo. Esto es necesario en todas las realidades existenciales que se presentan en nuestro mundo.

Invitación a la misericordia y el discernimiento pastoral

En Amoris laetitia n. 6, el Papa Francisco nos presenta brevemente su propuesta pastoral, que desarrollará ampliamente a lo largo de la exhortación apostólica: Comenzaré – dice – con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios, y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone, y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar.

Estas palabras son fundamentales: Me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone. Es lo que expone en el Capítulo 8 de Amoris laetitia: una invitación a los católicos comprometidos, a todos los agentes de pastoral, para que vivamos la misericordia y hagamos el debido discernimiento pastoral, de manera especial ante situaciones concretas que por ahora no responden plenamente a lo que el Señor nos propone.

Claridad doctrinal, pero teniendo en cuenta la complejidad de cada situación

En Amoris laetitia 79, el Papa señala: «Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición».

Acompañar, discernir e integrar la fragilidad

El Capítulo 8 de Amoris laetitia tiene un título bellísimo, que es, al mismo tiempo, un programa de evangelización: ACOMPAÑAR, DISCERNIR E INTEGRAR LA FRAGILIDAD. De eso se trata precisamente la tarea evangelizadora de la Iglesia.

Los Padres sinodales han expresado que, aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial «va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo, «mira con amor a quienes participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan». Por otra parte, esta actitud se ve fortalecida en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia. Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, «la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad». No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña.

El camino de la misericordia y la integración

296. El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición».

Integrar a todos

297. Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita». Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren. Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad (cf. Mt 18,17). Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión. Pero aun para él puede haber alguna manera de participar en la vida de la comunidad, sea en tareas sociales, en reuniones de oración o de la manera que sugiera su propia iniciativa, junto con el discernimiento del pastor. Acerca del modo de tratar las diversas situaciones llamadas «irregulares», los Padres sinodales alcanzaron un consenso general, que sostengo: «Respecto a un enfoque pastoral dirigido a las personas que han contraído matrimonio civil, que son divorciados y vueltos a casar, o que simplemente conviven, compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos», siempre posible con la fuerza del Espíritu Santo.

Discernir bien las situaciones

298. Los divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que «cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación». También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto, o el de «los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido». Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia. Los Padres sinodales han expresado que el discernimiento de los pastores siempre debe hacerse «distinguiendo adecuadamente», con una mirada que «discierna bien las situaciones». Sabemos que no existen «recetas sencillas».

La lógica de la integración, clave del acompañamiento pastoral

299. Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales, quienes quisieron expresar que «los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y fecunda. Son bautizados, son hermanos y hermanas, el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos. Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes».

Acompañar a las personas en el camino del discernimiento, de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo

300. Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas, como las que mencionamos antes, puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos», las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas. Los presbíteros tienen la tarea de «acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento.

Un itinerario de acompañamiento y discernimiento

Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de reconciliación; cómo es la situación del cónyuge abandonado; qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los fieles; qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que deben prepararse al matrimonio. Una reflexión sincera puede fortalecer la confianza en la misericordia de Dios, que no es negada a nadie». Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que «orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. La conversación con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. Dado que en la misma ley no hay gradualidad (cf. Familiaris consortio, 34), este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia. Para que esto suceda, deben garantizarse las condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y con el deseo de alcanzar una respuesta a ella más perfecta». Estas actitudes son fundamentales para evitar el grave riesgo de mensajes equivocados, como la idea de que algún sacerdote puede conceder rápidamente «excepciones», o de que existen personas que pueden obtener privilegios sacramentales a cambio de favores. Cuando se encuentra una persona responsable y discreta, que no pretende poner sus deseos por encima del bien común de la Iglesia, con un pastor que sabe reconocer la seriedad del asunto que tiene entre manos, se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral.

La lógica de la misericordia pastoral

307. Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza: «Es preciso alentar a los jóvenes bautizados a no dudar ante la riqueza que el sacramento del matrimonio procura a sus proyectos de amor, con la fuerza del sostén que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad de participar plenamente en la vida de la Iglesia». La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas.

Sin disminuir el valor del ideal evangélico, acompañar con misericordia y paciencia

308. Pero de nuestra conciencia del peso de las circunstancias atenuantes —psicológicas, históricas e incluso biológicas— se sigue que, «sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día», dando lugar a «la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible». Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino». Los pastores, que proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, deben ayudarles también a asumir la lógica de la compasión con los frágiles y a evitar persecuciones o juicios demasiado duros o impacientes. El mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). Jesús «espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente».

La misión de anunciar la misericordia de Dios

309. Es providencial que estas reflexiones se desarrollen en el contexto de un Año Jubilar dedicado a la misericordia, porque también frente a las más diversas situaciones que afectan a la familia, «la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno». Sabe bien que Jesús mismo se presenta como Pastor de cien ovejas, no de noventa y nueve. Las quiere todas. A partir de esta consciencia, se hará posible que «a todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros».

Acción pastoral revestida por la ternura

310. No podemos olvidar que «la misericordia no es sólo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia». No es una propuesta romántica o una respuesta débil ante el amor de Dios, que siempre quiere promover a las personas, ya que «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia». Es verdad que a veces «nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».

Integridad de la fe y primado de la caridad

311. La enseñanza de la teología moral no debería dejar de incorporar estas consideraciones, porque, si bien es verdad que hay que cuidar la integridad de la enseñanza moral de la Iglesia, siempre se debe poner especial cuidado en destacar y alentar los valores más altos y centrales del Evangelio, particularmente el primado de la caridad como respuesta a la iniciativa gratuita del amor de Dios. A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio. Es verdad, por ejemplo, que la misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios. Por ello, siempre conviene considerar «inadecuada cualquier concepción teológica que en último término ponga en duda la omnipotencia de Dios y, en especial, su misericordia».

Discernimiento pastoral, cargado de amor misericordioso

312. Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia, para «realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales». Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal. E invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia.

Conclusión

Hoy más que nunca nuestro lugar está al lado del Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, escuchando sus orientaciones, sintonizando con su visión pastoral para anunciar el Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que van con su vida a cuestas, como dice el Santo Padre.

He aquí lo que dice sobre el Ministerio del Papa el Catecismo de la Iglesia Católica, un legado maravilloso de San Juan Pablo II y Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, que recoge la herencia bimilenaria de la Iglesia.

El colegio episcopal y su cabeza, el Papa

880 Cristo, al instituir a los Doce, «formó una especie de colegio o grupo estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (LG 19). «Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles»(LG 22; cf. CIC, can 330).

881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). «Consta que también el colegio de los apóstoles, unido a su cabeza, recibió la función de atar y desatar dada a Pedro» (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro y de los demás Apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continúa por los obispos bajo el primado del Papa.

882 El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, «es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles «(LG 23). «El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad» (LG 22; cf. CD 2. 9).

883 «El colegio o cuerpo episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el Romano Pontífice […] como Cabeza del mismo». Como tal, este colegio es «también sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia» que «no se puede ejercer a no ser con el consentimiento del Romano Pontífice» (LG 22; cf. CIC, can. 336).

Oración

Concluyamos esta lectura haciendo oración por el Santo Padre y pidiendo para nosotros los dones de la fidelidad y la obediencia filial al Papa Francisco, “el dulce Cristo en la tierra”:

Oh Jesús, Rey y Señor de la Iglesia: renuevo en tu presencia mi adhesión incondicional a tu Vicario en la Tierra, el Papa Francisco.
En él Tú has querido mostrarnos el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación, la inquietud y el desasosiego.
Creo firmemente que por medio de él tú nos gobiernas, enseñas y santificas, y bajo su cayado formamos la verdadera Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
Concédeme la gracia de amar, vivir y propagar como hijo fiel sus enseñanzas.
Cuida su vida, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad.
Aplaca los vientos erosivos de la infidelidad y la desobediencia, y concédenos que, en torno a él, tu Iglesia se conserve unida, firme en el creer y en el obrar, y sea así el instrumento de tu redención. Amén.

Atentamente,
P. Jorge Luis Zarazúa Campa, FMAP
Superior general de la Fraternidad Misionera “Apóstoles de la Palabra”
y Asistente eclesiástico del Movimiento Eclesial “Apóstoles de la Palabra”