LA AUTÉNTICA VIDA CRISTIANA

Conocimiento, oración y práctica

 

No basta saber en qué consiste la vida cristiana.

Hay que aprender a vivir como buenos cristianos.

Y para eso se necesita mucha, pero mucha, oración.

O todo se vuelve en una farsa, hecha de puras palabras.

 

Por el p. Flaviano Amatulli Valente, fmap

           

La hipocresía

            Es la grade tentación de los que se dedican a las cosas de Dios: querer aparentar una vida conforme a la fe que profesan, cuando al contrario no lo es. “Dicen y no hacen” (Mt 23, 3): así el mismo Jesús resumió escuetamente esta actitud.

En el fondo, lo que buscan es la aprobación de la gente. Por eso, “hacen obras buenas en público, para que los vea la gente” (Mt 6,1).

 

Simples funcionarios

            Si son clérigos, se parecen a simples funcionarios de la Iglesia, muy lejos del ideal evangélico del buen pastor, dispuesto a dar la vida por las ovejas (Jn 10, 14); si tienen algún otro cargo en la comunidad eclesial, se aprovechan para sus intereses personales, tomándolo como poder y no como servicio, siguiendo la enseñanza de Jesús (Mt 20, 28).

            Claro que, ante estos malos testimonios, muchos se alejan de la Iglesia, especialmente ahora que la competencia anda en busca de la pelusa en el ojo ajeno.

 

La fuerza del testimonio

            Ante esta realidad, no queda que la fuerza del testimonio de parte de quienes se dedican de una manera especial a las cosas de Dios. Se trata sencillamente de revertir la situación, diciendo y haciendo, hablando de Dios y viviendo como quiere Dios, hasta que uno se vuelva en un Evangelio viviente.

            Es la experiencia de los santos. Por otro lado, ¿acaso solamente algunos son llamados a la santidad? ¿Acaso el ideal de la santidad no representa un imperativo para todos los discípulos de Cristo y, en especial, para todos los que hacen pública profesión de dedicarse a los “asuntos del Padre”?

 

Puro conocimiento

-“Padre, los niños ya se saben el catecismo. Ya están listos para la Primera Comunión”, sigue siendo el estribillo de casi todos los catequistas.

-“¿Y la práctica?”, me pregunto. Claro, conocen las oraciones de la mañana y de la noche. Perfecto. El problema es: ¿rezan al levantarse y al acostarse?

-“No importa si cumplen o no. Lo importante es que conozcan las oraciones”, es la respuesta no formulada de muchos.

 

Nuestro pecado original

            Pues bien, aquí está nuestro pecado original con relación a la vivencia de nuestra fe, es decir la base de muchas actitudes equivocadas, que circulan entre nosotros, con relación a nuestra manera de sentir y vivir la fe. Saber y no cumplir. Ser expertos en la teoría, pero muy descuidados en la práctica.

            ¿Qué hacer, entonces, ante esta realidad?

 

Revertir la situación

            ¿Cómo? Poniendo en el mismo plano, en todo el quehacer eclesial, sea el conocimiento que la práctica. No puro conocimiento sin práctica, ni pura práctica sin conocimiento. Así podremos evitar el escollo de contar con gente nominalmente cristiana y prácticamente pagana. Gente que sabe y no cumple o gente que cumple con ciertos actos de piedad sin saber el porqué, con el riesgo de caer en todo tipo de supersticiones.

            Es el caso de mencionar la existencia entre nosotros de ciertas costumbres que se volvieron casi ley: gente que se prepara para el sacramento y, una vez recibido, ya no vuelve o gente que tranquilamente se profesa católica de hueso colorado, adorando a la así llamada Santa Muerte o confiando en Malverde o el Niño Fidencio.

 

Orar mucho

            ¿Para qué? Para tener la fuerza suficiente sea para profundizar la propia fe sea para cumplir con sus exigencias. De ahí la importancia del esfuerzo ascético para ser un verdadero discípulo de Cristo.

            O todo se vuelve en una farsa, hecha de puras palabras. Quod Deus avertat (que no lo quiera Dios).