PRÓLOGO
Cada día me voy dando cuenta con mayor claridad acerca de la importancia y, al mismo tiempo, de la grande dificultad, que representa, para todo hombre y toda mujer, el tratar de ser un auténtico discípulo de Cristo. Hablo de un “auténtico discípulo de Cristo”, no de un discípulo de Cristo light, que aparenta ser discípulo de Cristo y no lo es, puesto que, en su manera de ver las cosas y actuar, generalmente se deja guiar por criterios, que no tienen nada que ver con el Evangelio.
Hasta caer en el ridículo, no obstante todos los pretextos que cada uno se pueda imaginar. ¿Algún caso concreto? Entre los mismos presbíteros, no falta alguien, que, para justificar su mal testimonio, se atreva a decir: “Yo soy sacerdote solamente en el templo. Fuera del templo soy como un hombre cualquiera y, por lo tanto, puedo portarme como me da mi bendita gana”.
De ahí el grande desprestigio del nombre cristiano, aunque no falte algún feligrés, que siga preguntándose con angustia: “En estos casos, ¿qué puedo hacer para defender a la Iglesia?” La respuesta es: “Nada”. En realidad, no se puede defender lo indefendible. Pan al pan y vino al vino. Es un hecho que no todos los que hacen alarde de ser cristianos lo sean realmente, entre los mismos “funcionarios de lo sagrado” (curas y sus allegados: catequistas, sacristanes, secretarias y ministros).
Ahora bien, tú ¿qué pretendes ser: un auténtico discípulo de Cristo o un discípulo de Cristo chafa? Pues bien, en estas páginas podrás darte cuenta si andas por un buen camino o si andas por un camino equivocado. Todo a la luz de la Palabra de Dios.
Y una vez estando en el camino correcto, no te resultará difícil desear ser al mismo tiempo un auténtico “misionero de Cristo”. En realidad, el mismo hecho de ser un auténtico “discípulo de Cristo” de por sí implica ser un buen “misionero” del Evangelio, puesto que el discipulado y la misión representan un binomio inseparable, se actúe de forma consciente o inconsciente.
Me podrás preguntar: “Y para ti, ¿no puede representar un gran riesgo escribir ciertas cosas, que sin duda miran a mover el tapete a todo nuestro sistema pastoral, que no permite fácilmente a uno ser “discípulo y misionero de Cristo”, cosas que evidentemente andan mal en la Iglesia y en las cuales los de arriba tienen mucha responsabilidad?”
Esta es mi respuesta: “Estoy consciente del peligro que corro al poner el dedo en la llaga. De todos modos, prefiero correr cualquier riesgo con tal de seguir siendo la voz de los que no tienen voz, es decir, la voz de los de abajo, los pobres, para cuyo servicio desde hace tantos años he consagrado mi vida y que desgraciadamente, por el mismo sistema eclesial, veo condenados a la explotación y el abandono”.
Si, además, me quieres hacer alguna otra pregunta, escríbeme con toda libertad. Me tendrás siempre a tus órdenes.
Polignano a Mare (Italia), a 1 de octubre de 2016.
1.-SUFRIR CON CRISTO
Un privilegio
Cáncer de próstata
“Tarde te amé” es el estribillo, de agustiniana memoria, que desde hace algún tiempo sigue revoloteando en mi mente. A ciencia cierta, no sé el por qué. Tal vez será por el cambio que se está dando en mi manera de ver las cosas desde que apareció el cáncer en la próstata.
Desde entonces empecé a experimentar, en mi vida y de una manera constante, la presencia del sufrimiento físico y al mismo tiempo a entender, por experiencia propia, el valor del mismo.
Claro que no se trató de algo completamente nuevo. En realidad, por el aprendizaje catequístico, la participación en los actos litúrgicos y los estudios teológicos, realizados en mis años de seminario, teóricamente ya sabía bastante al respecto, siempre consciente de que no es lo mismo la teoría y la práctica.
De hecho, cualquiera puede tener alguna idea acerca del sufrimiento, mientras solamente los que lo han experimentado en carne propia lo pueden comprender en toda su realidad, especialmente si se trata de encausarlo correctamente como discípulo de Cristo.
Con eso, no quiero decir que a estas alturas un servidor haya captado del todo la diferencia que existe entre saber, experimentar y aceptar como una gracia de Dios todo lo que se refiere al sufrimiento. De todos modos, tengo la impresión de que, por gracia de Dios, me encuentro en el camino correcto.
La experiencia de Jesús
Treinta años de vida privada, como uno cualquiera, sin ninguna novedad; tres años de vida pública, como maestro y taumaturgo, y tres horas de agonía en la cruz. Y sin embargo, a nivel existencial, lo que le dio más sentido a toda su vida, fue su muerte en la cruz, la que marcó la Nueva Alianza entre Dios y el Nuevo Pueblo de Israel, el Pueblo de los Redimidos, los creyentes en Cristo, vueltos en Hijos de Dios (Jn 1, 12-13).
Por eso, sus mismos paisanos y parientes, al momento en que Jesús tuvo que enfrentarse con los grandes del tiempo (escribas, fariseos, políticos, sacerdotes y ancianos del pueblo), no lo comprendieron ni lo apoyaron en su causa, puesto que no creían en él (Lc 4, 28-29; Jn 7,5), y sus mismos discípulos tuvieron grande dificultad en aceptar muchas de sus enseñanzas (Jn 6, 60), en especial todo lo referente a su desenlace final (Mt 16, 22-23).
No nos olvidemos de que aún no contaban con la efusión del Espíritu, que se dio después, el día de Pentecostés, hecho que cambió radicalmente su manera de ser y actuar.
Sanación
De hecho, hoy en día el tema del bienestar a todos los niveles representa la varita mágica, para tener éxito en todos los aspectos. De hecho, todos hablan de felicidad mediante la sanidad del cuerpo y del espíritu, mientras el tema del dolor sigue espantando hasta a los más piadosos, aunque se consideren auténticos cristianos.
Y sin embargo, según el Evangelio, el camino de la cruz representa el camino real en orden al seguimiento de Cristo (Mc 8, 34). Un camino demasiado duro hasta para el mismo Jesús (Mt 26, 38-39). A tal grado que, con el pasar del tiempo, llevar la cruz de Cristo llegó a significar aceptar la voluntad de Dios (Mc 8, 34), siempre sellada por el sufrimiento.
Derechito al paraíso
Normalmente, en la “oración de los fieles”, que se realiza durante la celebración eucarística, se ora por los enfermos. ¿Para qué? “Para que se sanen”, es la respuesta generalizada. ¿Y para que aprendan a sufrir con Cristo? Nada.
En una ocasión me presentaron a una abuelita, que estaba llorando por sus múltiples achaques. Un servidor sencillamente le señaló el cielo, diciendo: “Dios quiere que nosotros dos vayamos derechito al paraíso, sin pasar por el purgatorio”. A estas palabras, su rostro se iluminó con una espléndida sonrisa y toda su vida empezó a tener un sentido diferente.
Un tesoro desperdiciado
¡Qué diferente sería nuestra vida, si aprendiéramos a sufrir con Cristo! Cuidado: sufrir con Cristo para purificarnos cada día más de nuestros pecados y volvernos en sus colaboradores más cercanos en la obra de la redención; no sufrir por sufrir o sufrir a regañadientes, ¡como si Dios nos estuviera castigando injustamente!
En cierta ocasión, alguien me habló de la posibilidad de un milagro para recobrar la salud. Mi respuesta fue la siguiente: “Si Dios me quiere sanar milagrosamente, que lo haga cuándo y cómo quiera. Estoy a su completa disposición. Sin embargo, estoy convencido de que, si Dios me quiere aún más, me amuela más, para volverme en un asociado más en la obra de la redención. Y si ya no puede vivir sin mí, me da un infarto ahora mismo y me lleva consigo en la gloria eterna”.
Estando así las cosas, no puedo imaginarme mi futuro sin el bendito cáncer, que me ha ayudado tanto en mi crecimiento espiritual como “asociado a la pasión de Cristo”, y sin el deseo del martirio, mi sueño dorado desde los años mozos de mi vida.
Me pregunto: ¿Qué sería de nuestra Iglesia si tratáramos de aprovechar a lo máximo la presencia del sufrimiento en nuestras vidas como “Asociados a la Pasión de Cristo”? ¡Lástima que, por el descuido de muchos pastores de almas, el tema del sufrimiento sigue siendo tabú entre tanta gente!
PALABRA DE DIOS
“Me alegro de sufrir por ustedes, porque de esa manera voy completando en mi cuerpo lo que les falta a los sufrimientos de Cristo para el bien de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24).
“Por lo que se refiere a mí, Dios me libre de gloriarme, si no es de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál 6, 14).
REFLEXIÓN PERSONAL
1.- Habla de tu experiencia con relación Col 1, 24.
2.- ¿Cómo visualizas tu futuro?