“No podemos permanecer indiferentes ante el estruendo de la violencia que sigue bañando de sangre esta región de México y la ola silenciosa, no menos destructiva, que va generando el consumo de estupefacientes”, así se han expresado los obispos del noreste del país en una declaración dada a conocer a principios de junio.
Escrito por P. Mario Ángel Flores
05.09.2005
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A partir de entonces las autoridades han implementado un operativo denominado “México Seguro”, en el que han implicado al Ejército Mexicano y a las mejores corporaciones policiacas para combatir de frente al fenómeno del narcotráfico, que no es sólo asunto del noreste sino de casi todo el país, pero sus resultados todavía son pobres, mientras sigue creciendo el número de “ejecutados” que llega casi a mil en lo que va del año, un número superior a las víctimas del terrorismo en diversas partes del mundo.
Dinero de injusticia
Lo que está sucediendo representa un riesgo enorme para toda la sociedad porque está afectando la convivencia social y, lo más grave, los valores fundamentales de nuestra cultura. Hay una clara ausencia y vacío de Dios en todos los implicados porque son capaces de atentar contra la vida por tener en sus manos unos cuantos billetes marcados por la deshonestidad y la sangre. Hay ausencia de ideales, pues lo único que buscan es el poder del dinero, ante quien se postran y adoran: el falso dios que destruye la dignidad humana.
Excomunión automática
No hace falta ni decirlo, pero en algún momento es necesario que nuestros obispos lo indiquen con toda claridad y explícitamente: todos los dedicados a los sucios negocios del narcotráfico están ya, por su propia actividad, fuera de la Iglesia. De ninguna forma es compatible con la vida cristiana una actividad que está orientada desde el principio a la destrucción de la persona, a la corrupción de los valores y de las autoridades y, en sus momentos más intensos, al asesinato de propios y extraños. No hace falta declarar la excomunión para quien por sí mismo ha quedado excomulgado de una comunidad que tiene como ideal el bien del hombre en su realidad presente y la salvación en su proyección hacia la eternidad.
Invasión silenciosa
No estamos haciendo lo suficiente como sociedad para enfrentar esta problemática. Hay un círculo vicioso que no podrá romperse simplemente con un mayor número de fuerza pública, expuesta a la poderosa corrupción del narcotráfico, ni se podrá erradicar el fenómeno si no se acaba de raíz con el narcomenudeo que ahora está a la puerta de nuestras escuelas de todos los niveles y en todos los tugurios y antros del país.
Baste sólo una anécdota referida por el párroco de una pequeña población de la sierra del estado de Guerrero: “Cuando llegan los operativos del Ejército para acabar con los plantíos de marihuana, los mismos soldados dan recomendaciones a los empobrecidos campesinos diciéndoles que no cultiven extensiones grandes porque siempre van a ser destruidas, que utilicen el método de ‘pequeños manchones’ y así nunca les tocarán sus sembradíos”. Ya no hablemos de lo que puede suceder con los grandes embarques y las enormes transacciones que se hacen de una nación a otra, pasando por nuestro país, hasta llegar a los Estados Unidos, dejando tras de sí un fuerte vicio entre los jóvenes y muertes entre los sicarios dedicados al más indigno de los negocios de nuestro tiempo.
Enfermedad social
Una de las descripciones más apropiadas para hablar de este fenómeno social es el de “cáncer social”. Todos sabemos que esta enfermedad se puede enfrentar con mayor éxito entre más pronto se combata, pero una vez que se ha desarrollado tendrán que tomarse medidas muy drásticas: erradicación de tumores y todas sus ramificaciones, continuando con radiaciones y quimioterapias continuas hasta que desaparezca todo vestigio. Esto deja adolorido el cuerpo y desgasta el alma, pero se realiza con la esperanza de recuperar la salud y la calidad de vida. Es momento de preguntarnos sobre el problema del narcotráfico en nuestro país: ¿En qué punto estamos? ¿Será suficiente una acción parcial y timorata o hemos llegado al momento de combatir con energía y sin miedo un fenómeno que está acabando día a día con la paz social, con la juventud y con la integridad de las familias?
Medidas urgentes y drásticas
Para comenzar, como Iglesia, debemos ser muy claros: fuera los narcotraficantes; una fuerte llamada de atención a los consumidores y adictos -a reserva de estar también fuera si no hay conversión-; fuera todos los que sirven en la cadena interminable de cultivo, comercialización y consumo. Exterminar un tumor y radiar un espacio será doloroso, pero inevitable para recuperar la salud.
El problema es internacional, pero en lo que a nosotros toca, es mucho lo que debemos hacer y, tengo la impresión, de que no estamos haciendo gran cosa.