LOS SETENTA Y DOS DISCÍPULOS

El Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos, delante de él, a todas las ciudades y lugares a donde él debía ir.
Les dijo: “Hay mucho que cosechar, pero los obreros son pocos; por eso, rueguen al Dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha”. (Lc 10, 1-2)

Han pasado casi dos mil años desde cuando Jesús pronunció estas palabras y todavía la situación sigue siendo la misma. En realidad, ahora más que nunca, el mundo necesita ‘obreros del Evangelio’. Lo que Cristo te exige es que pongas en él toda tu confianza y no en el dinero o en otras cosas del mundo.

Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven bolsa, ni saco ni sandalias. (Lc 10, 3-4)

Además, no tienes que ser flojo, distrayéndote de tu misión y perdiendo tiempo en conversaciones inútiles.

No se paren a conversar con alguien por el camino. (Lc 10, 4b)

Necesitas tener espíritu de sacrificio, hospedándote donde te ofrecen posada y no buscando la casa más cómoda o los alimentos más apetitosos.

No vayan de casa en casa. Quédense en la casa que entren, comiendo y bebiendo lo que les den, porque el obrero merece su salario. (Lc 10, 7)

Si eres un enviado de parte de Cristo y la Iglesia, tú cuentas con su poder para llevar la paz.

En la casa que entren, digan como saludo: “Paz para esta casa”. Si hay en ella alguien que merece la paz, recibirá la paz que ustedes le traen; pero si no la merecen, la bendición volverá a ustedes. (Lc 10, 5-6)

Tu palabra es la misma palabra de Cristo. Quien acepta tu palabra, acepta a Cristo mismo.

El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envío. (Lc 10, 16)

Tu misma presencia es una señal de la llegada del Reino de Dios, que se manifiesta en la liberación del pecado y todas sus consecuencias, como son las enfermedades.

En toda ciudad que entren y los acojan, coman lo que les sirvan, sanen sus enfermos y díganle a la gente: “El Reino de Dios ha llegado a ustedes”. (Lc 10, 8-9)

Tu misma presencia provocará la reacción de todas las fuerzas del enemigo. Pero no tengan miedo. Estando con Cristo, eres el más fuerte.

Los setenta y dos volvieron muy felices, diciendo: “Señor, en tu nombre sometimos hasta los demonios.” 
Jesús les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Sepan que les di el poder de pisotear a las serpientes, a los escorpiones y a todas las fuerzas del enemigo, y nada podrá dañarles a ustedes”. (Lc 10, 17-19)

Jesús no hubiera podido decir algo más hermoso para inspirar confianza en tu corazón. No hay nadie ni nada que pueda impedir tu misión. Podrá haber luchas, oposiciones… hasta el martirio. Todo esto será una prueba para ti, para que puedas madurar en la fe. Pero tienes que estar convencido de que nunca los enemigos de Cristo y el mismo demonio en persona podrán detener tu misión y parar la obra de Dios. Si Dios te llama y la Iglesia te envía, no tengas miedo. Nadie puede oponerse a tu labor.

Sin embargo, no se alegren por que someten a los demonios; alégrense más bien porque sus nombres están escritos en los cielos. (Lc 10, 20)

Esta promesa de Jesús tiene que representar el máximo consuelo y la máxima alegría para ti, catequista evangelizador. Más que los éxitos personales y las expresiones de agradecimiento de parte de los que reciben el anuncio, lo que te tiene que importar es precisamente esto: saber que tu nombre está escrito en los cielos.

En este mismo momento, Jesús, movido por el Espíritu Santo, se estremeció de alegría y dijo:
“Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te bendigo, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeños. Sí, Padre, así te pareció bien”. (Lc 10, 21)

¡Cuántas veces hemos podido experimentar la verdad de estas palabras de Jesús! ¡Cuántos hombres y mujeres con escasos conocimientos han dejado maravillados a los ‘sabios’ de este mundo! Ni modo. (Tomado del libro “Evangelizar, la más noble aventura. Manual para evangelizadores”, pp. 14-16.)