De por sí, ya me imaginaba que aquella reunión del consejo parroquial iba a resultar bastante borrascosa. Lástima que la realidad superó las peores previsiones, hasta llegar a la completa ruptura. La pregunta era: “¿Por qué, después de haber recibido los sacramentos, por lo general nuestra gente ya no vuelve a la Iglesia?” El primero en tomar la palabra fue uno de los miembros más ancianos del consejo parroquial:–Si hoy en día muchas cosas andan mal en la Iglesia, es por culpa de los papás. Son ellos los primeros responsables de la educación de los hijos. En mis tiempos…–Ustedes –reaccionó de inmediato una señora, madre de tres hijos y los tres bastante alejados de la Iglesia– siempre se salen con lo mismo: “En mis tiempos…”. ¿Acaso no se dan cuenta de que los tiempos cambiaron? En concreto, ¿qué más puedo hacer con mis hijos, si, después de tanto insistir, apenas logré que hicieran la primera comunión? ¿Los voy a matar a golpes para que sigan con la catequesis y me acompañen a la misa dominical?Y empezó a lanzar todo tipo de improperios contra la televisión, el gobierno, la escuela y tantas instituciones más, consideradas por ella como los principales responsables de la confusión y el espíritu de rebeldía que reinan entre las nuevas generaciones. Muchos secundaron su manera de ver las cosas, aplaudiendo y añadiendo algunos detalles, bastante folklóricos. Al darme cuenta de que por ese camino no íbamos a llegar a nada, intervine, invitando a los presentes, y especialmente a los catequistas, a concretizarse a examinar las propias responsabilidades en orden a formar a verdaderos discípulos de Cristo. Como era de esperarse, casi todos los miembros del consejo parroquial manifestaron claros signos de inconformidad. –Disculpe, padre –intervino una catequista que parecía muy entregada a su tarea–, ¿qué quiere decir usted, cuando habla de “formar a verdaderos discípulos de Cristo”? ¿Quiénes serían, según usted, esos “verdaderos discípulos de Cristo”? ¿Acaso, para ser un verdadero católico, no es suficiente que uno reciba los sacramentos del bautismo, la comunión y la confirmación? ¿Qué más necesita?Les hablé de conversión y aceptación del Evangelio como norma de vida. Se armó un infierno: todos en contra de mí y unos cuantos miembros de un movimiento apostólico.– Señor cura –gritó enfurecida otra catequista–, le aseguro que, si hacemos como dice usted, pronto el número de los católicos se va a reducir drásticamente. Entonces, adiós fiestas patronales; adiós posadas; adiós novenario de difuntos… En este caso, ¿por qué no nos volvemos de una vez todos evangélicos? –Ni lo mande Dios –reaccionó unos de los ministros extraordinarios de la Eucaristía, considerado como el más entregado y equilibrado de todos–. Aquí nosotros somos católicos de hueso colorado, a la antigua, como eran nuestros antepasados. Si usted, señor cura, ahora cree que nos va a cambiar con el evangelio, olvídese de una vez. Mejor que pida su cambio y nos deje en paz, así como estamos, con nuestra fe y nuestras costumbres.Todos aplaudieron, menos los miembros del movimiento apostólico. Para afianzar lo anterior, el más anciano del consejo parroquial sugirió la posibilidad de restaurar antiguas fiestas religiosas, con jaripeo y baile.–Es lo que más pide la gente y que más rinde económicamente –explicó–. ¿Qué es eso de conversión y aceptación del Evangelio? Que quede bien claro: nosotros somos católicos y punto. No queremos tener nada que ver con los evangélicos. Traté de explicar las cosas. Nada. Todos repetían: “Nosotros somos católicos y basta. Si usted pretende meternos otras ideas, no lo va a lograr. Y si alguien quiere ser evangelista, que de una vez se vaya con los del evangelio y nos deje en paz”.Y diciendo esto, uno por uno empezaron a salirse del cuarto de reunión, quedándonos solamente un servidor con los miembros del movimiento apostólico. Nos miramos en la cara, sin saber qué hacer. Por fin uno de ellos rompió el silencio:–Ni modo. Así están las cosas. Ahora depende de nosotros ayudarlos a volverse en auténticos discípulos de Cristo, mediante nuestro testimonio de fe y caridad, especialmente en los momentos más difíciles de la vida.Y así fue. Poco a poco los miembros del movimiento apostólico fueron en aumento, hasta volverse en la columna vertebral de la parroquia. Ya son bastantes los que poco a poco fueron pasando de la religiosidad popular (una mezcla entre religiosidad natural y elementos cristianos) a un auténtico catolicismo popular, con ideas claras acerca de Dios, Cristo, la Iglesia y tantas cosas más. No solamente con ideas claras, sino con una verdadera experiencia de Dios. Lástima que aún no hemos logrado juntar los sacramentos con la experiencia de Dios. De todos modos, no perdemos las esperanzas de que en un día no muy lejano lo vayamos a lograr.

PREGUNTAS

1. ¿Es correcta la separación entre los sacramentos y la experiencia de Dios?

Sí  

No

¿Por qué?

2. ¿Qué sugieres al respecto?