1 de Noviembre
Autor: Jesús Marti Ballester

PORQUE SOMOS HIJOS DE DIOS, SEREMOS SEMEJANTES A DIOS. LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD.
SI LOS POBRES SON BIENAVENTURADOS, NO ES PORQUE DIOS QUIERA LA POBREZA, SINO PORQUE TIENEN A DIOS.

NACIMIENTO DE LA FIESTA

Desde el siglo IV la iglesia de Siria consagraba un día a honrar a "Todos los mártires", hasta que tres siglos más tarde, el Papa Bonifacio IV transformó el pantheón romano, dedicado a todos los dioses, en un templo cristiano, que dedicó a "Todos los Santos", cuya fiesta se celebraba ya el 13 de mayo; y Gregorio III la cambió al 1° de noviembre. En 840, Gregorio IV ordenó que la fiesta de "Todos los Santos" se celebrara en toda la Iglesia.

LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD.

Con toda claridad ha dicho el Concilio Vaticano II: "Todos los cristianos de cualquier condición y estado…son llamados por el Señor a la santidad" (LG 11), plenitud de la vida cristiana, perfecta unión con Cristo, fuente de toda gracia y santificación, e iniciador y consumador de la santidad, que nos ha dicho: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Sed limpios de corazón, sin doblez, sinceros, veraces y leales, sin mentiras ni trampas. Sed agradecidos, como el Padre que agradecerá hasta un vaso de agua. Escribe Álex Navajas: « Oímos con frecuencia: Mi párroco es un tostón»; «en sus misas se duerme todo el mundo»; «sus homilías son kilométricas». En el Sínodo de los obispos que se está celebrando en Roma, el arzobispo William Joseph Levada, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha reconocido que hacer buenas homilías «presupone mucho esfuerzo y empeño y los predicadores encuentran dificultades para preparar sus homilías». Pero quizás sean pocos los cristianos a los que se les ocurra ponerse en los zapatos del sacerdote para vernos a nosotros. Sin duda, ellos también nos podrían dedicar algunas lindezas similares: «Es incomodísimo estar celebrando misa y ver un goteo incesante de fieles llegando tarde»; «me alegro, caballero, de que encuentre consuelo en los consejos que le doy, pero no estaría mal que me preguntara a mí también de vez en cuando cómo me van las cosas»; «sí, señora, es cierto que hace frío en la iglesia, pero es que con lo que echa usted al cepillo, no tenemos ni para comprar las cerillas»; «chaval, estoy encantado de haberte confesado decenas de veces, pero sería un detalle que, de vez en cuando, dieras las gracias o saludaras al entrar en la parroquia». Martín Descalzo en su libro «San José García», apuntaba: «Señora mía, deje en paz su abanico y ofrezca el calor por los negritos de África; usted, que presume tanto de amar a las misiones. Y usted, señor, que pertenece a no sé cuántas comisiones de caridad, haga ahora la caridad de toser lo menos posible. O sepa agradecer alguna vez los sacrificios que cuesta servirle». «Decís que los sacerdotes resultan aburridos. Pero también los sacerdotes podríamos decir que los fieles resultan insoportables. Gente que tose, que se mueve; niños que chillan, que corren por la iglesia, que imitan los gestos del predicador; puertas que rechinan… ¿Por qué entramos de puntillas en los conciertos y taconeamos en las iglesias?», se preguntaba el periodista y sacerdote. Lector, examinémonos, no sea que estemos viendo la paja en el ojo del párroco, o del escritor y creyéndonos el ombligo del mundo, ni nos demos cuenta de la viga que hay en el nuestro. No sea que V. esté coleccionando durante siete años los escritos de un escritor concreto, seguro que porque los encuentra interesantes, y no se le ha ocurrido ponerle nunca unas letras de agradecimiento y un buen día escriba criticándolos, cuando en todos esos siete años que V. los lee y archiva no ha pensado en el esfuerzo que ese escritor hace para que V. reciba información, ni se le ha ocurrido imaginar que, a lo mejor, ha estado escribiendo con intensos dolores de espalda. Y la santidad no es dar una explicación teórica como catequista de letra, sino vivir y enseñar a vivir prácticamente la caridad, que es también comprensión y gratitud. Preferid pasar por ingenuos, antes que pasar por encima de los demás para obtener éxito. Si el bautismo es un injerto divino, Dios no nos va a injertar en su plenitud para que nos quedemos "enanos", sino para que consigamos el pleno desarrollo y demos mucho fruto (Jn 15,5). No ha depositado en el surco de nuestra persona con el sacramento del bautismo la semilla de Dios para que quede infecunda, sino para que crezca, se desarrolle y madure, pues la vida en el cielo es la expansión de la vida de la gracia recibida en nuestra incorporación a la Vida.

CRISTIANOS EN LA GRAN TRIBULACION

Pedro llegó a Roma, la capital del Imperio, desde Antioquía, su primera sede, a bordo de una nave que desembarcó en Ostia y, en un ambiente hostil y tan duro para la siembra del evangelio, se fue abriendo camino calladamente y casi de modo imperceptible entre los judíos emigrantes y algunos romanos aunque con una diminuta Comunidad cristiana.

Es aleccionador observar que los romanos que crucificaron a Cristo, sean ahora evangelizados por sus discípulos, que muy pronto comienzan a tener sus reuniones, primero en albergues paupérrimos, después en los barrios de los ricos, donde se mezclan matronas y patricios romanos con obreros y esclavos, en la casa del senador Pudente. Pero apenas comenzaban a extenderse y ya se precipitó la persecución del Imperio Romano contra ellos. Se ven obligados a reunirse en las catacumbas, y bajo Nerón, suena el grito de la plebe: ¡Cristianos ad leones!, tras su edicto: "Cristiani non sint".

EL APOCALIPSIS

En esta situación necesitaban ánimo y consuelo y Juan, en su Apocalipsis, se lo proporciona. Los que han seguido a Jesús, llegados de todas las partes del universo, triunfan, porque han vencido en la prueba: "Ví una muchedumbre inmensa.

Oí el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel… Estos son los que vienen de la gran tribulación, que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero" (Ap 7, 14). La gran tribulación alude a la persecución de Nerón, pero atraviesa los siglos y llega hasta hoy. "A estos hombres, cuya vida fue santa, se unió una gran muchedumbre de elegidos, que en medio de innumerables tormentos, dieron un extraordinario ejemplo", según testimonio de San Clemente papa, tercer sucesor de San Pedro, en el año 95. Juan describe litúrgica y poéticamente el mundo de los creyentes en número simbólico de plenitud total: doce mil, correspondiente a la multiplicación por mil del número de las doce tribus de Israel. Allí "las hermosas flores blancas de la vírgenes, las resplandecientes flores de los doctores, los encarnados claveles de los mártires", en expresión de San Juan de la Cruz.

HIJOS DE DIOS

"Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1). Somos la obra excelsa de su amor. No sólo nos ha creado, sino que también nos ha recreado, nos ha engendrado. Nos ha adoptado como hijos suyos, por su Hijo, por su Sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Trataré de explicarlo con sencillez: Un hombre es escultor. Y esculpe la imagen de un niño. Es el creador de ese niño, que se convierte en una criatura suya. El escultor quiere esa imagen. La ha hecho él. A él le debe la existencia. Ese mismo hombre otra vez, engendra a un hijo. Los dos son suyos, obra suya. Aquella imagen del niño, obra hermosa, pero muerta. Este niño, persona viva. ¡Qué diferencia!

¿A cuál de los dos niños amará más ese hombre: al niño imagen, o al hijo persona viviente? Pero sigamos: Un hombre puede engendrar hijos, que tendrán su misma naturaleza, serán hombres. Pero Jesús nos ha dicho que Dios es nuestro PADRE.

Y ahora viene lo inefable. Engendrar es el origen de un viviente procedente de otro viviente de la misma naturaleza. El padre

que ha engendrado a un hijo, no lo ha hecho en virtud de la técnica del escultor que ha fabricado la imagen de un niño, sino en fuerza de su poder vivo. La imagen en madera de un niño no es de la misma naturaleza humana del escultor. Pero el hijo vivo sí es un hombre. Al revelarnos el Hijo de Dios, que Dios es nuestro Padre, nos está diciendo que somos dioses, porque el Padre es el que engendra. Pero Dios es DIOS y nosotros somos hombres. No podemos ser hijos naturales de Dios. Sólo podemos ser hijos por adopción. Pero, ¡alto! Porque el sentido de adopción jurídico de atribución gratuita de los derechos de hijo a un extraño, es puramente exterior, y la adopción divina es un cambio interior esencial y real, que nos hace partícipes de la misma naturaleza de Dios, y hermanos del Hijo Natural de Dios, Jesucristo. Y herederos con El de su gloria eterna.

En el rosal silvestre, o escaramujo, de nuestra naturaleza humana, el Espíritu Santo ha hecho un injerto de su divinidad.

Este es el misterio, pero real, que deberíamos tener más presente. ¡Somos hijos de Dios. "¡Insolente! –dijo la princesa hija del rey Sol francés Luís XIV, a su doncella: -¿no sabes que soy la hija del rey?- Y vuestra Alteza, ¿no sabe que yo soy hija de Dios?".

SI HIJOS, AMADOS

Si somos hijos, somos amados, por Dios, que ama, incondicionalmente y sin límites. "Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco" (Mt 3,17). El Padre nos ama. Lo que han experimentado los místicos, no es exclusivo de ellos. La diferencia entre los místicos y los que no lo son, no está en la realidad, sino en la experiencia. Cada cristiano puede vivir la dulzura de la vivencia de San Juan de la Cruz: "¡Dios ocupado en halagar, acariciar y causarle deleite al alma como si fuera una madre que amamanta a sus hijos dándoles vida de su misma vida, mientras los besa y los llena de ternuras". Aquí se cumple lo de Isaías: "Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo" (Is 66,12) (Una Nueva lectura del Cántico espiritual). Si somos hijos de Dios, estamos llamados a abrirnos a su amor. El mundo no nos conoce, no percibe esta realidad, pero nosotros, viviendo las bienaventuranzas, les convenceremos de que nuestras actitudes vitales no tienen sentido si Dios no es nuestro Padre. Por ser hijos suyos, debemos ser santos como El, que es bueno y cuida y mima a todos los seres que ha creado. Los hijos tienen los rasgos de sus padres. En eso consiste la santidad, que siendo obra de Dios, implica una unión tan íntima con El que nos hace vivir según el retrato suyo, que nos ha entregado en las bienaventuranzas y que de antemano ha vivido Jesucristo, nuestro Hermano Mayor. Mateo 5,1. Y que viviremos en la patria definitiva con Todos los Santos, donde viviremos en la vida de la Trinidad, amaremos en el amor de la Divinidad, veremos las maravillas de la Santidad, y gozaremos de los consuelos, alegrías y júbilos de Dios.

LAS BIENAVENTURANZAS

Al enseñar Jesús las Bienaventuranzas, como Copérnico, da un cambio al Antiguo Testamento, y proclama el espíritu nuevo que debe regir la conducta de los creyentes. Y aunque anuncian la felicidad futura, su desarrollo y cumplimiento transforma las personas y sanea ya el ambiente del mundo y lo va haciendo más humano. En el Antiguo Testamento la riqueza era la bendición de Dios, y la pobreza, el dolor y las lágrimas, eran el castigo de Dios. Es la línea que recorre todo el libro de Job, contra la que el mismo Job se subleva, porque se considera inocente, y por tanto, no merecedor de los males que le han sobrevenido. Pero Jesús proclama la dicha de la pobreza de los anawim, confiada y abandonada a Yahve, la dicha de la mansedumbre de los pobres de Yahve; la alegría de los que lloran, de los que tienen hambre de santidad, de los misericordiosos y los perseguidos por el Reino, a quienes El enjugará todas las lágrimas y aliviará todos sus cansancios. La bienaventuranza de los pobres, no es un imperativo duro de presente, sino una esperanza gloriosa de futuro: "No temas, Abraham; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante" (Gn 15,1).La bienaventuranza de los pobres en todos los sentidos, viene garantizada porque Dios está de su parte, que no va a permitir que triunfen los tiranos sobre las víctimas, el mal sobre el bien, el pecado sobre la santidad. Por esta

bienaventuranza, Dios se ha comprometido a compensar el dolor y la humillación de todos los hombres fracasados, machacados, derrotados, que vivieron sin ver el fruto de su dolor y agonía, lucha y desamparo, como su Hijo Jesucristo.

DIOS GARANTE DE LOS POBRES

No es que Dios quiera que seamos pobres. Se ha entendido mal el sentido de esta bienaventuranza y se sigue sin comprender. La dicha de los pobres consiste en que Dios se hace garante de la misma. Por la limitación de un mundo finito donde existe el mal y el pecado, el mismo pecado de los hombres y la limitación de la materia, producirá pobres, esclavos, sujetos que padecerán la injusticia y que serán humillados y maltratados: "Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil no sirve para nada. Acechemos al justo que nos resulta incómodo…, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada"… (Sab 1,16). Como Dios es Padre de todos, queriendo que todos sus hijos sean felices, no aplaude las desigualdades humanas, como unos padres que tienen varios hijos, y unos son pobres y otros gozan de buena posición, quieren que aproximadamente sean todos iguales, pero si no lo consiguen por la maldad de los hijos, ellos se comprometen a ayudar a los más necesitados. "Siempre habrá pobres entre vosotros", dijo Jesús. Porque entre vosotros reina el mal. El mal, el pecado, es la causa de la pobreza y de la injusticia. Pero los que lo padecen, y Dios no quiere que lo padezcan, serán defendidos, apoyados, auxiliados y compadecidos por Dios. Ese es el sentido de la bienaventuranza de la pobreza. La voluntad de Dios es que haya una aproximada igualdad entre todos sus hijos, porque a todos ama. Lo que no quiere Dios es que unos pocos sean muy ricos, a costa de que muchísimos sean pobres. Pero sin Cristo, los ricos serán cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Por eso, dichosos, no sólo los pobres de dinero, sino todos aquellos incomprendidos, los aparcados incluso por la misma institución; los que soportáis las consecuencias de la envidia; los que os habéis tenido que abrir puertas nuevas cuando todas se cerraban a vuestra generosidad creativa, y, cuando con vuestro esfuerzo en solitario veis crecer vuestra viña joven, suscitáis los celos de los que por un afán compulsivo necesitan destruir lo que ellos no han sabido ni conseguido, y sufrís tristes y abatidos y solos y apartados, devorando sinsabores y tragándoos las lágrimas en vuestra soledad, porque Dios está a vuestro lado y se ha comprometido a enjugar vuestras lágrimas. Santa Teresa que decía de sí misma: ¡qué mala suerte tengo!, vivía en la protección de Dios, que la hacía madre fecunda y de maltratada pasó a ser maestra y doctora.

TRABAJAR POR EL REINO

Quienes han gastado su vida encaminando a los demás hacia el Reino; los que han tenido misericordia y han hecho el bien a todos, sin distinción de clases, ni de colores, ni de asociaciones, ni de instituciones, esos son los santos, que se diferencian de los paganos en que éstos hacen el bien y encumbran a los suyos, a los que les pueden corresponder pagándoles los favores.

"Tu, cuando invites, invita a los pobres que no te pueden invitar a tí"… (Lc 14,13). "Estos son los que han buscado al Señor, y lo han encontrado. Los que tenían manos inocentes y puro corazón; por eso han recibido la bendición del Señor y les ha hecho justicia el Dios de salvación" SaL 23. . En ellos "se ha manifestado ya que son hijos de Dios y son semejantes a Dios, porque le ven tal cual es" 1 Jn 3, 1.. "En ellos Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro, y nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (Heb 12,1) y con tan gran testimonio de la verdad del evangelio" (LG 50).

LA VISION BEATIFICA

Ellos en la visión beatífica, que rebasa inmensamente no sólo la filosofía más sublime, sino el conocimiento natural de los ángeles, ven clara e intuitivamente a Dios y las Tres Personas Divinas, como afirma el Concilio de Florencia. Ven todas las perfecciones divinas unificadas en la Esencia divina, como en la luz blanca todos los colores del iris. Ven la aporía de la Misericordia más compasiva con la Justicia más justa, proceden de un Amor infinito, y se unen en todas las obras de Dios.

Ven cómo el Amor se identifica con el Bien; la Sabiduría con la Verdad, su Pureza y Santidad en su simplicidad y sin la más mínima imperfección. Aquí no somos capaces de comprender cómo la Bondad infinita se une con la permisión del mal, que tantas veces nos escandaliza. Los santos ven el valor de las pruebas que han sufrido. Ven el gran bien que trae el sufrimiento, como ya entendía Santa Teresa. Ven en Dios todo lo que en el mundo les atañe. Y como dice San Cipriano: "En la patria los nuestros que han llegado nos esperan, desean vivamente que nosotros participemos de la misma felicidad y están llenos de solicitud por nosotros".

ACCION DE GRACIAS

Damos gracias a Dios por sus santos. Por formar parte de esa inmensa familia que afirmamos en el Credo: Creo en la comunión de los santos. A ellos estamos unidos y ellos son nuestros modelos e intercesores que hoy nos miran felices, radiantes y misericordiosos, con una mirada activa y creativa. Al honrarles hoy, adoramos la santidad de Dios que les ha hecho santos, "la salvación es de nuestro Dios y del Cordero", y nos los da como testigos que nos ayudan en la lucha por la mansedumbre, la humildad, la generosidad, la aceptación de la voluntad de Dios.

COMO CIRCULA LA SANGRE

Así como la sangre que circula por nuestros miembros físicos nos unifica, el Espíritu Santo que vive en todos los miembros de la Iglesia nos une a todos. En la comunión de la eucaristía nos encontraremos con ellos, porque ellos viven con Cristo, y la Cabeza no se puede separar de los miembros. Unidos a ellos, alabemos a Dios por Cristo, corona de todos los santos, y pidámosles, porque somos débiles, que nos socorran con sus oraciones para que lleguemos a gozar de su compañía en el cielo, cuando seamos semejantes a Dios.

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Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

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