Queridos lectores:
Les comparto el llamado que Dios me hizo, con el fin de invitar a los jóvenes a que tomen en serio que hoy más que nunca la Iglesia nos hace ir a: ¡tener un encuentro personal con Jesucristo! Y… a partir de ahí, lanzarnos a servir a los más necesitados, sobre todo, a los alejados. ¿En dónde? ¡En Apóstoles de la Palabra tú tienes un lugar!

Tres cosas que marcaron mi vida

1.- Mi bautismo. 2.- Mi primer pre vida. 3.- La decisión de ingresar a la familia misionera Apóstoles de la Palabra.
Fui bautizada a los 6 meses de edad. Mi madrina fue por gracia de Dios, la Madre Graciela García, miembro de la congregación Siervas de Nuestra Señora de la Soledad. Durante mi infancia frecuenté esta congregación, gracias a que mis padres me acercaron a ella. Aquí recibí mi primer llamado a la edad de 7 años, durante la catequesis con el tema: Dios llama al niño Samuel (1 Sam 3, 1-10). Aún recuerdo que pensé: ¡Dios también puede llamarme para estar con él! Me parecía increíble que Dios me llamara.
Como regalo, cuando empecé a leer, mi madrina me dio a escoger de su librería el libro que más me gustara. Curiosamente el libro que tomé fue Retratos. ¿Autor? P. Flaviano Amatulli Valente. Esto fue en 1980.

Despertar espiritual

A los 13 años inicié como auxiliar en los círculos bíblicos, catequista y promotora del santo rosario. Mi primer pre vida lo hice a la edad de 16 años, con el fin de hacer discernimiento vocacional. En esta etapa de mi vida inicié mis primeras experiencias misioneras con los grupos pastorales de la parroquia. Puedo decir que, a través de este apostolado, viví mi primer despertar espiritual, teniendo como base de mi vida LA PALABRA DE DIOS.

¡NI TONTO, NI PEREZOSO!: Mi ingreso a Apóstoles de la Palabra

Todo inició en la Semana Santa de 1997 cuando siendo postulante de la congregación de las Hijas del Espíritu Santo fui a realizar una misión con las hermanas a la Parroquia de Cristo Rey en Tres Valles, Veracruz y porque Dios así lo quiso, fuimos destinadas la hermana Margarita y una servidora a Poblado Tres, Nuevo Mondongo y Pueblo Nuevo. Nos hospedaron con la familia del Sr. Ambrosio y María Luisa. Como dice el dicho. Ni tonto, ni perezoso, el señor Ambrosio en cuanto tenía la oportunidad me decía: “¡Madrecita, usted sirve para Apóstol!”. Yo sinceramente nunca había escuchado hablar de los Apóstoles de la Palabra. Al final de la misión me regaló el libro “La Iglesia Católica y las sectas. Preguntas y respuestas”. En las últimas páginas venía una reseña de esta familia misionera: Quiénes son, qué hacen y la promoción vocacional.
Después de leer el libro, pregunté a mis hermanas de comunidad si alguien había escuchado hablar de los Apóstoles de la Palabra. La respuesta fue: ¡No! Yo mostré el libro y ya que en ese mes se iba a realizar un pre vida vocacional, en donde íbamos a dar a conocer los diferentes carismas que tiene la Iglesia, era necesario investigar sobre la familia misionera.

Conquista generosa

A mí me encomendaron investigar más sobre los Apóstoles de la Palabra. Gracias a que en el libro venía la dirección, me fue fácil encontrarlos. Después de tener una entrevista con la hna. Dora María Mendoza Mendoza, quien coordinaba la casa de formación en el Puerto de Veracruz, ella pronto me hizo la invitación a hacer una experiencia.
Después de hablar con la Madre María Belmonte, mi Superiora, y la Madre Guadalupe Ponce, mi maestra de Formación, a quienes les manifesté mi deseo de hacer una experiencia como Misionera Apóstol de la Palabra, me sugirieron que por la mañana fuera al colegio Félix de Jesús Rougier, en donde estaba haciendo mi apostolado en el departamento de Psicopedagogía y Educación en la fe y por la tarde me integrara con las hermanas Apóstoles para hacer la experiencia en algunas colonias del Puerto. Así lo hice.

Reencuentro

Pasado algunos años, por segunda vez, cuando salí a distribuir con los Apóstoles de la Palabra, en 1988 me encontré con algo inesperado: el libro que promovimos era ni más ni menos que “Retratos”. Ahora digo: Aquí Dios empezó a indicarme el camino y yo no lo sabía. Te puede pasar lo mismo, ¡fíjate bien!
Después de 4 meses la hermana Doris me dijo el clásico: o, o. Es decir, o haces tu promesa por un año o regresas a la congregación. Hablé nuevamente con la Madre María Belmonte y me dio la oportunidad de hacer mi promesa por un año.
Así es como encontré mi felicidad… y tú, ¿cuándo te animas? Aviéntate a descubrir tu vocación y, desde luego, a encontrar tu felicidad. ¿O prefieres quedarte con la duda…?

Tu hermana en Cristo
Ana Lilia Mata Vazquez