Cuando los maestros se la pasaban
en puras fiestas de graduación.
Por el P. Flaviano Amatulli Valente, fmap.
Había una vez un reino, llamado El Edén, que contaba con la mejor universidad del mundo, llamada Luz de las Naciones. Según cuentan los mayores, antiguamente dicha universidad reunía a las mentes más brillantes de todo el universo, que lograron instaurar un sistema de enseñanza que durante muchos siglos fue el orgullo del reino y el mundo entero. De todas partes llegaban los alumnos, deseosos de aprender y transmitir una sabiduría tan elevada y fascinante, que nunca se había visto algo parecido a lo largo de toda la historia.
Al regresar a su lugar de origen, cada maestro formaba su escuela, en la cual desmenuzaba a la gente los altos conocimientos, aprendidos en la universidad Luz de las Naciones. Y así, poco a poco, el nivel cultural del pueblo iba subiendo cada día más, y con el nivel cultural también el nivel moral y económico. Era tan evidente la diferencia entre la gente que había frecuentado estas escuelas y la gente que no las había frecuentado, que todos los ciudadanos quisieron apuntarse en ellas con el afán de alcanzar un nivel de vida superior o simplemente por no quedarse atrás y ser tachados de retrógradas e ignorantes.
Y allí empezó el grave problema para el Reino El Edén, pues no había maestros suficientes para tanta gente y los que había no contaban con el mismo fervor de los antiguos. En lugar de dedicarse a enseñar lo que habían aprendido en la universidad Luz de las Naciones, empezaron a flojear y a encargar a gente de buena voluntad y con una escasa preparación una misión tan delicada, importante y trascendental, que tanto lustro había dado al Reino El Edén.
Así, poco a poco, fue decayendo el nivel cultural, moral y económico del Reino El Edén. A los que se quejaban con los maestros por un descuido tan perjudicial para los intereses de la nación, contestaban:
– ¿No ven que somos tan pocos, que apenas nos damos abasto para las tareas de administración y graduación? ¿Cómo podemos encargarnos de la enseñanza? De hoy en adelante, que sean los mismos papás o tutores que transmitan a las nuevas generaciones los conocimientos que necesitan para una vida sana y un trabajo honesto.
– Y para los títulos, ¿cómo vamos a hacer?
– No se preocupen. Nadie quedará sin título. A cambio de una módica recompensa, cada ciudadano tendrá derecho a recibir de parte de la universidad Luz de las Naciones el título que necesite, sin la obligación de poner pie en ninguna escuela oficial. Todo se hará confiando en la buena fe y sinceridad de los interesados, sus papás, tutores o gente voluntaria, autorizada para todo tipo de enseñanza.
A todos la solución del problema les pareció realmente genial, permitiendo a cualquier ciudadano conseguir cualquier título, sin esfuerzo alguno ni gasto de parte del erario público. Certificado de primaria, tanto; certificado de secundaria, tanto; certificado de bachillerato, tanto; y así adelante hasta los grados universitarios más altos.
Así en poco tiempo el Reino El Edén se llenó de médicos, ingenieros, técnicos en computación, contadores, licenciados, etc., sin ninguna preparación o con un conocimiento muy elemental acerca de su oficio o profesión. Prácticamente, a nivel popular, se regresó a la edad de la piedra: brujos y curanderos por todo lado, trueque, aumento espantoso de mortandad infantil, reducción notable del promedio de vida… un verdadero desastre. ¿Y la universidad Luz de las Naciones? Seguía preparando a gente muy ilustrada, metida en asuntos administrativos del sistema educativo y dedicada a organizar fiestas de graduación.
Frente a un fracaso tan rotundo del sistema educativo que se había implantado en el Reino El Edén, mucha gente, realmente deseosa de aprender algo, empezó a emigrar hacia los reinos cercanos, sin preocuparse de títulos ni nada por el estilo. A su regreso, pronto se volvían en grandes personalidades entre la gente, haciendo alarde de conocimientos y habilidades, que deslumbraban al pueblo en general, sumido en la más espantosa ignorancia.
Como dice el refrán: “En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey”. Naturalmente hacían todo lo posible para no tener ningún contacto con los verdaderos maestros, que habían estudiado en la universidad Luz de las Naciones. Cada vez que los encontraban en su camino, les sacaban la vuelta.
Al principio la gente no entendía el motivo de tanta decadencia y confusión en el Reino El Edén. Hasta que alguien les abrió los ojos y les hizo ver que todo el sistema educativo estaba mal, puesto que, lo que vale en la vida, no es el título, sino lo que uno realmente sabe y puede realizar.
No fue fácil para los maestros, ya acostumbrados al nuevo estilo de vida, reconocer su error y regresar a su papel original de ser verdaderos maestros y guías del pueblo, preocupados del progreso real de cada alumno y no solamente de entregarle un título y organizarle la fiesta de graduación.
Pero al fin recapacitaron y acordaron todos juntos que cada maestro, salido de la universidad Luz de las Naciones, se dedicaría a preparar y asesorar a diez instructores, que a su vez harían lo mismo con otros diez, hasta que en el Reino El Edén no hubiera elementos suficientes para cubrir todas las plaza del sistema educativo, desde los primeros pasos en el camino del saber hasta las carreras profesionales más elevadas.
Desde entonces en el Reino El Edén todos tuvieron acceso a la enseñanza, recibiendo cada uno el título que realmente le correspondía. Y así el Reino El Edén volvió a progresar hasta alcanzar y rebasar el antiguo esplendor.