No podemos avanzar, sin aclarar las cosas. La demagogia nunca ha sido buena consejera.

Bautismo y mandato
Cada año, después de la semana santa, una reconocida institución eclesiástica hace alarde de su compromiso misionero: “Este año hemos logrado enviar a la sierra, entre los hermanos más abandonados, a más de 25 mil misioneros”. Parece algo realmente asombroso.
Pero, después de haber investigado el asunto, uno se da cuenta de que se trata de estudiantes que cada año van a la sierra para repartir ropa y comida, y al mismo tiempo aprovechar para hacer algo de turismo. Me pregunto: “¿En esto consiste la misión? Además, ¿bastan el bautismo y el mandato de parte de la Iglesia para que haya auténticos misioneros?

Carisma especial
Tenemos que entender que ser misionero no es cualquier cosa; antes que nada supone un don especial del Espíritu Santo, el más importante de los dones en orden al desarrollo de la comunidad cristiana (1Cor 12, 28).
Y después vienen la formación y el entrenamiento. Fíjense en la competencia. De otra manera seguimos con la confusión de siempre: por un lado continuo aumento de misioneros light y por el otro ningún avance significativo en la misión. Al contrario, seguimos perdiendo gente. Apenas se retiran los supuestos misioneros, llegan los de la competencia y por cualquier cosa la convencen y se la llevan.

Ejemplo de Jesús
¿Qué hizo Jesús? Entre sus discípulos, escogió algunos en especial, que formó y entrenó para la misión, dándoles instrucciones precisas (Mt 10; Lc 10, 1-24).
¿Por qué no tratamos de seguir su ejemplo, orando (Mt 9, 37-38) y haciendo todo lo posible para que en cada comunidad cristiana haya por lo menos un grupito de misioneros auténticos, que se avoquen a la ardua tarea de buscar a las ovejas perdidas?

Conclusión: basta de demagogia
Empecemos a tomar las cosas en serio. ¿Qué tal si hiciéramos lo mismo con las vocaciones sacerdotales? “Visto que todos, mediante el bautismo nos volvemos en profetas, sacerdotes y reyes, ¿para qué angustiarnos tanto por la escasez de vocaciones sacerdotales?”
Evidentemente, hay que distinguir entre el sacerdocio común de los fieles y el ministerio sacerdotal. Pues bien, ¿por qué no hacemos lo mismo con el carisma misionero? ¿Por qué no luchamos para que haya en la Iglesia auténticos misioneros al estilo de los doce apóstoles y los setenta y dos discípulos?