En tiempos en los que muchas corrientes predican un “evangelio de decretos y declaraciones”, es fundamental recordar que la fe cristiana no se basa en órdenes humanas, sino en la súplica humilde a Dios.

Algunos dicen con convicción:

 • ”¡Decreto sanidad!”

 • ”¡Declaro que estás curado!”

Pero esto no es cristiano. El verdadero seguidor de Cristo no dicta órdenes a Dios, sino que se abandona a su voluntad.

La enseñanza de la Escritura

Jesús mismo nos enseñó la actitud correcta ante Dios en la oración:

“Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lc 22,42)

Cristo, el Hijo de Dios, no “decretó” su liberación en Getsemaní, sino que se sometió en obediencia al Padre. ¿Cómo, entonces, podemos nosotros pretender imponer nuestra voluntad a Dios?

San Pablo también nos advierte sobre nuestra limitada comprensión cuando oramos:

“Pues nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.” (Rm 8,26)

Si no sabemos pedir correctamente, ¿con qué autoridad podríamos “decretar” o “declarar” algo en nombre de Dios?

La actitud cristiana: fe y humildad

El cristiano auténtico no exige, sino que suplica. No decreta, sino que confía en la voluntad del Padre. La verdadera fe no se apoya en palabras altisonantes, sino en la certeza de que Dios obra según su sabiduría y amor.

Por eso, el cristiano ora con humildad:

 • “Señor, si quieres, puedes sanarme” (Mt 8,2).

 • “Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

Esta es la oración que agrada a Dios: la que nace de un corazón que confía y se abandona a su voluntad.